Friday, September 9, 2016

Emilio Ichikawa vs. “Memorias y olvidos” de Cintio Vitier

En este ambiente de prodigalidad, las memorias de Cintio Vitier sorprenden inicialmente por su escualidez. Después uno comprende que para algunas personas recordar puede ser una faena truculenta. La palabra amañada es la consecuencia natural del silencio sostenido.
   Memorias y olvidos (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2006) es un folleto de apenas 47 páginas. Se estructura en 13 escenas, ilustradas con dibujos de José Luis Fariñas. La edición corre a cargo de Daniel García, que junto a Rinaldo Acosta constituye uno de los más renombrados editores de la isla.
   De entrada, Vitier adelanta el presupuesto fisiológico de este trabajo: una pérdida creciente de la memoria factual, aunque no, asegura, de la memoria poética. De esa forma, entre corazonadas y lealtades ideológicas, construye un viaje desde la infancia hasta la defensa política de los “los Cinco”, el elogio de Chávez y la sintomatología antinorteamericana. A propósito, no está de más recordar que Vitier nació alguna vez en Key West.
   La estación intermedia es su proceso de formación intelectual, poco diverso y excesivamente reverente. Más que endeudado, Vitier parece un prisionero de ciertos influjos: el catolicismo municipal, el roce con María Zambrano, el dictado de Juan Ramón Jiménez y el tutelaje de Lezama Lima. Cuenta también, por supuesto, la experiencia del castrismo: un proceso político que se le apareció como cristianizable después de trabajar varios años en la Biblioteca Nacional.
   La mala influencia que el peor “senequismo” ha tenido en el pensamiento cubano (totalmente inmune al Emerson de José Martí, al Kant de José del Perojo e incluso al Marx del Departamento de Orientación Revolucionaria), se puede constatar en ese (extendido) hábito nacional de citar, a modo de indigestos moralismos, frases “filosóficas” de Ortega, Juan Ramón Jiménez y María Zambrano. Cuando en la página 5 Vitier descubre que puede escudarse en una sentencia, se deshace de inmediato de la responsabilidad de pensar y glosa acríticamente a la malagueña: “El ser se dice de muchas maneras”.
   Sin embargo, el folleto logra insinuar lo que puede ser el lado oculto (y seductor) de Vitier: su enrevesada actitud ante las razas, las clases y el sexo. Si para contextuar la sexualidad de Lezama Lima se inventó una vez el urgente calificativo de “católico heterodoxo”, para Vitier todavía tenemos pendiente la etiqueta. Una demonización de su persona puede ser negativa para el diputado, pero indudablemente enaltecedora para el poeta.
   Al vacío mitológico que esa generación consideró para la historia de Cuba, corresponde el vacío anecdótico de unas paradójicas biografías que aspiran a la santidad como programa de una pecaminosa soberbia moral. Después de referir una actitud retraída, digamos que contemplativa ante la emergencia de lo sexual en su vida, Vitier apunta: “El sexo matancero se concentraba en un grupito nocturno, en el que no faltaban los pervertidores. La cosa siguió en el habanero y chinesco Shangai, pero con música siempre mejor que en el siniestro silencio cinematográfico. Quien no haya pasado por el infierno que levante la mano. El asunto es salir de él.” Y más adelante: “Además de mi deslumbrada iniciación poética, tuve la sensación de que el mundo, con sexo y todo, se enderezaba, era vivible.” (sic).
   En otras páginas Vitier reproduce una extensa carta del poeta exiliado Gastón Baquero. Hay al menos dos propósitos visibles en esa ofrenda documental: una meditación coral acerca de la esencia de la poesía y un ansia sincera por refrendar públicamente, aún a tiempo, lo que perece haber sido una gran amistad.
   Protegida por los lemas políticos del momento, incluso al margen de los mismos, la memoria de Vitier se asoma a oscuridades que plantean la necesidad de reconsiderar esa pureza humilde que le falsea el vuelo.
   En el momento del servicio político, un poeta puede llegar a mentir sin traicionar. La traición se comete no cuando el autor enajena el verso, sino cuando lo entrega como cola o incluso como cabeza de una causa. Es decir, cuando escribe una cosa como esta: “Fina y yo, por cierto, como Eliseo y Bella, estábamos, sin conocernos aún, en el mismo teatro recibiendo las mismas lecciones. Después, leyendo las colaboraciones cubanas de Juan Ramón, aprenderíamos mucho más: que la poesía pura (en cuanto aspira a la belleza, que se identifica con la justicia) es inmanente antiimperialista”.

(Las memorias de Vitier. Blog Penúltimos Días, febrero 2007)

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