Paca
Garza “La Activa”, como se le conocía en Camagüey, antes de emigrar a la
capital, era, por aquellos años en los que yo casi ni había nacido,
“compromiso” de Manolito Martínez, que por entonces era cantante “melódico”, de
los que surgieron a consecuencia de la nefasta estela que dejó el nefasto
Raphael de sus inicios (“Yo soy aquél”), entre los que estaban también
Gilbertico Rodríguez (que con su marido, que era “luminotécnico” del Cabaret
Caribe, se fueron por El Mariel) y otro más que ahora mismo no me acuerdo cómo
se llama y que se quedó en Camagüey no sé si para siempre.
Todos –o al menos los viejos comunistas
cubanos y los poetas e intectuales que aspiraban a “un rango en el escalafón”,
como los Rivero, los Noguera, los Cassaus y los etcéteras– sabrán mejor que yo
su posicionamiento desde “los órganos de puntería”, cosa que yo, gracias a la
virgencita, no sé tanto porque nunca pertenecí, como tampoco Carlos Victoria ni
otras, a tan selecto club de colaboracionistas del gobierno de Vichy.
El sujeto de marras era más conocido de
Carlos y Nikitín que de mí, pero yo también formé parte de un repentino y
sorpendente interés del cuentero (que es, exactamente, todo lo que ha sido en
su vida) por saber y ver lo que estábamos escribiendo, y muy poco antes de
Carlos ser involucrado en el “affaire Truca Pérez con sus tribulaciones en el
Puerto de Luz de San Cristóbal de La Habana” con mucho más rigor y
consecuencias que los demás (Nikitín, Rafael Zequeira y yo), se apareció en
Camagüey para recopilar material nuestro a fin de publicarlo en la Revista Casa
o en Unión (en fin, una mierda de ésas). Las pobres locas provincianas se
pusieron de lo más contentas: “ay, mira, al fin nos van a reconocer”, “van a
publicar tus versitos, Vicky Baumm”. Ahora mismo estoy mirando al cuentero
sentado en un balance de la saleta de mi casa, deshecho, no en menudos pedazos
(¡lástima!) sino en elogios hacia un poema que se llama Tarde de Mayo
(finalmente incluido en mi libro “La Resaca del Absurdo”) “atrevidamente”
referente al acto de follar con mi amante de entonces. Se llevó ése y otros
poemas que no recuerdo. Por supuesto, nunca serían publicados y partir de
entonces nunca más se supo del funcionario de Casa ¿a la caza?
En cambio –“¡Oh, casualidad!” como diría
Luis Carbonell en uno de sus mejores sketchs– lo siguiente en aparecer fue la
Securité de l’Etè en la Dirección Provincial del Instituto de Repoblación
Forestal cargando con Carlitos y los motoristas con nuestras citaciones tocando
en nuestras casas respectivamente a la misma hora para que escasamente en una
hora nos presentáramos en Villa María Luisa ante el Teniente Blanco.
Años después supe que en Cuba se decía –from
a very good ink– de que alguien conocido había colaborado en el asunto…
(supuesta, presuntamente, stasimente)
En
fin, lo importante de todo este turbio asunto es la obsesión enfermiza de la
Seguridad del Estado cubana por las villas.
(Comentario
publicado en la red, enero 2009)
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