Una
singular forma de entender la nacionalidad caracteriza al Premio Nacional de
Literatura que anualmente, desde 1983, otorga el Ministerio de Cultura de la
República de Cuba, no a sus nacionales sino a los escritores que viven en el
país, con lo que esto implica en cautelas y precauciones.
Tal
requisito ejemplifica la manipulación política, el surgimiento del galardón
como capital simbólico –y económico, mediante un estipendio mensual— a trasegar
y cabildear desde el poder. Desde ese mismo poder que hace treinta años, cuando
Nicolás Guillén lo inaugurara, lo sabía comodín para arreglar su juego: excitar
rencillas y chismes, cebar egos, neutralizar disidencias…
(…)
Antes
de 1983 Guillén le sacaba el cuerpo a que lo nombraran Poeta Nacional,
recordaba que Bonifacio Byrne y Agustín Acosta ya habían recibido el
subdesarrollado —¿Quién es el "poeta nacional" de Francia o de
Alemania?...— título honorífico. No lo quería, aunque sí quería —rodeado de
guatacas camajanes— un reconocimiento que exaltara su primacía literaria, a
partir de su condición de mulato, de sincretismo vivo y valioso, avalado por
sus poemas, militancia comunista y Premio Stalin, rebautizado Lenin.
Muertos
Alejo Carpentier (1980), José Lezama Lima (1976) y Virgilio Piñera (1979), bajo
la premisa de que los exiliados no eran cubanos, ¿quién mejor que Guillén para
inaugurar el nuevo modo de manejar a los escritores?
Así
fue. Hasta hoy sigue igual.
Porque
quién sino un mentiroso —no hay mejor palabra— puede negar la evidencia que
debiera avergonzar a muchos de los premiados. Una evidencia triste, patética…
Hasta Lisandro Otero —para algunos un agente de la inteligencia cubana en
México— tuvo que regresar para recibir el premio que deseaba, quizás
puerilmente.
En
1991 mueren Lydia Cabrera y Enrique Labrador Ruiz. Ese año lo recibió Ángel
Augier. Sobran comentarios. ¿Se atrevería alguno de los premiados a negar la
obra de Leví Marrero, cuando al morir en 1995 lo recibe Jesús Orta Ruiz
"El Indio Naborí"? ¿O la de Gastón Baquero, cuando en 1997, año de su
muerte, se lo otorgan a Carilda Oliver Labra? Eugenio Florit muere en 1999,
pero mientras César López recibía el premio, no hubo una sola palabra en la
prensa que recordara al poeta, traductor, crítico y profesor que enorgullece a
los hispanos en los Estados Unidos…
José
Olivio Jiménez murió en 2003, Guillermo Cabrera Infante en 2005, José Juan
Arrom en 2007… ¿Hace falta seguir con las engorrosas comparaciones? ¿Quién se
atreve a ocultar la verdad, el tosco sectarismo que demuestra cuán enferma está
la nación cubana?
En
París vive José Triana… ¿Podrían negar Abelardo Estorino y Antón Arrufat, ambos
Premio Nacional de Literatura, que su obra como dramaturgo y poeta es indigna
del galardón? En Miami vive Hilda Pereda… ¿Podría negar Nersys Felipe que la
literatura infantil de la gran profesora merecería el premio que ella recibió
el pasado año?
Se
rumora que a fines de 2013, cuando la comisión se reúna para evaluar las
proposiciones —debidamente filtradas—, se le concederá el premio a un
"miembro de la comunidad cubana en el exterior". A alguien —como
algunos de los que pagan allá sus publicaciones— cuya neutralidad política,
ejercida con todo derecho al vivir en países democráticos, evite problemas. Oí
mencionar al poeta José Kozer, ya publicado por el Instituto Cubano del Libro.
Se
sabe que el pasado año este tema fue motivo de discusiones, y se sabe que la
eliminación de la prohibición contribuirá a la propaganda de que existe
una transición pacífica, a la imagen de "apertura" que sostendrá en
el poder a los herederos de los Castro. Otorgar el premio a algún escritor
cubano residente fuera de la Isla tendría, además, limitada resonancia en los
medios —según un cínico comentario del exministro de Cultura Abel Prieto al
director de una revista.
Está
por ver. También está por ver quién lo acepta…
Pero
hay más. Se rumora que poco a poco se concederán homenajes a escritores
"desplazados" —así se llama y nos llama Todorov—, como ya se le hizo
a Gastón Baquero cuando —después de muerto— le editaron sus poemas.
Hasta
se habla de la publicación de las poesías completas de Heberto Padilla, sin
consultar a los familiares que conservan los derechos de autor, aunque no
señalan de cuántos ejemplares será la tirada. Lo mismo se dice de El
mundo alucinante, de Reinaldo Arenas, y otros títulos de escritores muertos
en el exilio, que, además, tienen textos explícitamente en contra de la
dictadura.
Un
escritor residente en la Isla y de visita en el extranjero me habló —cabalgando
en pleno delirio desiderativo— de la posibilidad de un regreso, bajo una
amnistía —el hoy ansiado borrón y cuenta nueva— donde el único problema iba a
ser el dinero para costear libros, revistas, concursos. Y luego se lamentó de
que los "resistentes" dentro del caldero —algunos aspirantes al
premio— serían relegados.
Soplan
aires de renovación… Para tranquilizar las buenas, las regulares y hasta las
malas conciencias, como cualquier periodista podría preguntarle acerca de todo
esto a algunos de los premiados más oficialistas, a Barnet, Retamar…
Tal
vez Leonardo Padura, en las palabras de agradecimiento que dentro de unos días
pronunciará en la Feria del Libro de La Cabaña, se refiera a esta suave brisa
de cambios en la suave patria. O tal vez no.
Pero
hay otro tal vez: se escucha las noches de luna pálida en el
caserío de Casablanca, al pie de La Cabaña, entre el chillido de pasar la
página o vender libros angolanos y novelas negras de Daniel Chavarría.
Bajo
la luna pálida se oye el lamento de los presos políticos, los gritos de los
torturados, el "¡Viva Cuba Libre!" ante el pelotón del Tribunal
Revolucionario… Se siente caer a Juan Clemente Zenea, cuando a pocos pasos del
salón de premiación fue fusilado en 1871.
(El Premio ¿Nacional? De Literatura. Diario de Cuba, febrero 2013)
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