Lina sabe que miente. Y ahora soy yo quien tiene pruebas de sobra. Nos
vimos por última vez en Miami, apenas un mes después de su llegada, en la
fiesta de un amigo común. Sabíamos que Lina llegaría tarde porque oíamos, en
vivo y en directo, la entrevista radial que ella había concedido en cabina a
Alina Fernández Revuelta, la hija rebelde de Fidel Castro. Su crítica resultaba
demoledora. Debe existir una grabación de esa charla “más bien ligera”. Miente.
Quisiera creerle con la misma tranquilidad de conciencia que me hace proclamar
mi fanatismo por su literatura. Sólo un par de aclaraciones. Una: para la
conductora radial Ninoska Pérez y la congresista cubano-americana Ileana Ros,
todos somos comunistas, menos Fidel. Dos: estar fuera de la Isla sí tiene
sentido para muchos –para dos millones de cubanos, por lo pronto. Y a mucha
honra. Yo tampoco puedo vivir lejos de Cuba, pero vivo. ¿SÓLO NUEVE DÍAS? Lina
tiene derecho a vivir en el lugar que le dé la gana. Por defender ese
prinicipio, cientos de cubanos han ido a parar a la cárcel. Nadie puede
cuestionarle que haya entrado en Estados Unidos por la puerta trasera del
exilio; tampoco que cuatro meses después reaparezca en La Habana. La comprendo.
No es fácil comenzar una nueva vida a los sesenta años (yo no podría), sin
retaguardia ni futuro asegurados: el presente dura un segundo y en un segundo
caben once mil espantos. El lío es ¿por qué olvida y miente, si ella nos enseñó
que “el recuerdo es un monte donde poder morirse”? Admiraría su silencio, si
las fuerzas no le alcanzan para ser la digna Lina de siempre. ¿Quién no la
entendería si, de vuelta a casa, reconoce el error de haberse ido? Ella no
puede vivir sin Cuba. ¿Quién se lo reprocharía? ¿Ninoska, Ileana? La mentira
ofende. Desde anoche me hago esta simple pregunta: ¿por qué Lina sólo disfrutó
nueve días a su nieta? Tal vez, ahí esté la clave. Mi respuesta sería: porque
el miedo es una camisa de fuerza.
No comments:
Post a Comment