Tiene razón Padura
cuando afirma que todo el drama de su generación atraviesa su obra. Quizás por
eso es mayormente melodramática, impostada y complaciente con el dibujo de la
realidad que pretende mostrar. Y es que trata de ser realista, descarnado y
trágico, pero no lo logra, porque la realidad cubana que busca retratar no lo
es. La realidad cubana exagera su genuino melodrama, la festividad de su
cotidianidad y su felicidad, a través de las acciones de sus personajes, para
alcanzar ese carácter grotesco que inspira una lastimosa comicidad —cuatro
ejemplos cercanos en el tiempo son: el grito libertario de "jama" del
ya mítico Pánfilo; el cartelito de Mariela Castro que rezaba Obama give me
five; el risible y patético acto de repudio de las Damas de Blanco a una de sus
compañeras; y la foto del primogénito de Fidel Castro con Paris Hilton—, y
adentrarse en los misteriosos y truculentos artificios de una demoledora farsa
social.
"Mucha gente se
dejó vencer", dice Padura, con una travestida nostalgia que posee un tufo
de justificación innecesaria. Todos los cubanos sabemos que nadie se dejó
vencer. Sencillamente nos trituraron en una poderosa y eficiente maquinaria
totalitaria. Una maquinaria de la que la generación de Padura fue una
importante rueda dentada. Padura mismo un importante diente de esa rueda.
El reduccionismo del
escritor para definir el fracaso de la Cuba castrista, es tan paternalista como
irreal. Si al menos dijera "Mucha gente se volvió cínica", entonces
estaría reflejando el sentimiento dominante de la Cuba actual, el entendimiento
de que ante un fracaso sociopolítico tan desgarrador, como el que le impuso el
castrismo a la nación cubana, salvarse a través de la fuga, era no solo la
opción más deseada, sino la más razonable, para un pueblo que no ha dado ni
héroes ni semidioses —tampoco filósofos, por cierto—, y sí muchos sacerdotes del
hedonismo.
Padura presume el
cinismo del homo castrista, cuando con el mismo impudor con el que construye
sicologías, establece que en la relación Cuba-EEUU ha habido "demasiado
tiempo de desentendimientos de todo tipo". Como si Cuba se hubiera sumido
en su largo infierno por "desentendimientos".
Al final, Padura
evidencia que no solo desconoce los géneros dramáticos, sino que a la hora de
encontrar los móviles dramatúrgicos que definen la realidad cubana, se deja
vencer por la frivolidad. Tal vez si fuera un aficionado al habano de lujo,
hubiera logrado su selfie con Paris Hilton. De esa manera sería un hombre común
caricaturizado en una situación irrisoria, para diversión de los espectadores.
Su realidad no sería ni trágica ni descarnada, pero al menos entraría en el
círculo de la comedia, que, como la tragedia, también es un género mayor.
(Padura, Cuba, Paris Hilton y la isla que vive en farsa, Diario de
Cuba, marzo 2015)
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