Afirma con
razón Miguel Barnet que Cuba ha sido víctima “de los más crueles actos de terrorismo
de Estado”. Es cierto. Desde los tantos ataques desde el mar hacia las costas
cubanas en las décadas de 1960 y 1970, como puede ser el perpetrado contra Boca
de Samá en 1971, hasta el más criminal de todos: la voladura en pleno vuelo de
un avión de Cubana de Aviación en octubre de 1976, son hechos bárbaros,
injustificables.
Pero en lo que
acierta el etnólogo, quizá sin querer, es en la afirmación de que los cubanos
han padecido “terrorismo de Estado”.
Entre las
definiciones más aceptadas de este concepto, se encuentra la utilización, por
parte de un gobierno, de métodos ilegítimos con el propósito de inculcar el
miedo en la población civil para, de este modo, alcanzar sus propósitos, así
como forzar para que surjan acontecimientos que no serían posibles según el
desarrollo natural de determinada sociedad. Algunos de los aspectos del
“terrorismo de estado” son, según los especialistas, la persecución ilegítima,
la coacción o la ejecución extrajudicial. Y asimismo, un orden migratorio que
impida a la población el abandono del país, cuya violación implica penas
carcelarias.
¿Y dónde,
donde ha ocurrido lo antes enumerado en el último medio siglo?
No hace falta
decirlo.
“Y en este
recuento no podremos nunca olvidar a la prensa cubana, que no será la mejor del
mundo, pero tampoco la peor”, afirma el Presidente de la Uneac en otro segmento
de su artículo.
Aquí sí, como
suele decirse en el argot beisbolero, “partió el bate”. Asevera que en Cuba hay
prensa. Cuando en realidad, no hay canal televisivo, estación de radio, sitio
Web o diario impreso que no esté en la nómina del gobierno.
Ya aquí sí se
pasó el compañero.
Si bien creo
que atenúa un poco más adelante: “Los poderes mediáticos han sido quizá la
palanca principal para echar a andar el motor de la Historia”.
Es cierto que
“los poderes mediáticos” han sido los principales causantes, y culpables, de
que hoy en día, por ejemplo, desde lejos, debamos escribir artículos como este
que suscribo, intentando poner una gotica de certeza en el océano de mendacidad
que resulta la “prensa cubana”; es decir, la castrista, la única existente en
la Isla. Sí, ha sido aquella prensa una buena palanca “para echar a andar el
motor” de la ignominia.
En su
artículo, Miguel Barnet se refiere además a la lucha contra “el relativismo
llamado postmoderno y el vale todo”, a la “definición del concepto de
identidad”, o “al trabajo comunitario”, que debe llevar adelante la Uneac.
Por otro lado,
alude el escritor en el texto en cuestión a “un poderoso mecanismo de
integración nacional. Y yo diría más, de verdadera unidad” (las
cursivas son mías), a causa de la conservación y desarrollo de “los más
legítimos valores del pueblo y la política cultural que ostentamos hoy con
orgullo”.
Ojalá fuera
posible la unidad, no solo en el caso de los intelectuales y
artistas, sino de toda una población; pero justamente, la unidad, en el caso de
una población, implica la divergencia, la confrontación de criterios que hace a
sus ciudadanos sentirse parte de un todo, de un todo en constante movimiento.
No puede
haber unidad en un país donde, precisamente, se ha escindido
una parte de ese todo. Donde las personas, sin derecho a apelación alguno, han
resultado clasificadas en “si no estás conmigo, estás contra mí”.
Quisiera
pensar que Miguel Barnet, al mencionar este concepto, no nos quiera indicar que
se refiere a launidad de los “revolucionarios”, de los castristas,
de los que “están” a favor del gobierno. Porque esto sería un pensamiento
sumamente baladí, vacío, tanto si se refiere a la población en general, como a
los artistas, escritores, pensadores y profesionales de la cultura en cualquier
sentido.
Si él,
presidente de la Uneac, abogara por la unidad entre los factores mencionados en
el párrafo anterior, convocaría, para lograrlo, a todos sus pares que se
encuentran tanto dentro como fuera de Cuba, sin que importarse su modo de
pensar; investigaría por quienes, lo mismo en la Isla que fuera de ella, están
censurados en su tierra; se interesaría, por poner un ejemplo, si en realidad
su colega y compatriota Ángel Santiesteban Prats, fue objeto en su país de un
juicio amañado y si es cierto que, por estos días, sus malas condiciones en la
prisión se han acentuado.
No tiene
validez alguna la unidad de solo una parte del todo. Si acaso
esto fuese posible, que también lo veo difícil Cuba adentro.
Podría Miguel
Barnet, por su cargo y su ascendencia, convocar a esa verdadera unión, a la
igualdad de condiciones para los intelectuales y artistas cubanos, vivan donde
vivan, piensen lo que piensen. La organización que él dirige incluye en su
nombre el concepto “de Cuba”, o sea, de cubanos todos. De modo que podría el
Presidente de la Uneac convocar un “borrón y cuenta nueva” en nuestro caso, y
aun pedir que fuesen olvidados los improperios cruzados durante tantos años (incluidos
los que he registrado en estas líneas) entre uno y otro “bando”.
Es decir,
podría el etnólogo clamar porque nos retiren “el bloqueo” a quienes, fuera y
dentro de Cuba, lo estamos padeciendo.
Claro, sobre
lo inmediatamente antes escrito, viene a la mente aquella sentencia del poeta:
“Estoy diciendo cosas que no tienen remedio”.
Pero ojalá no
fuera así.
“Chivo que
rompe tambó con su pellejo paga”, titula Miguel Barnet a su artículo, parte de
un refrán afrocubano, que así termina: “y lo que es mucho peor: en chilindrón
acaba”.
Ya ven. Así
van las cosas.
(“Chivo que rompe tambó con su pellejo paga”. Cubaencuentro, febrero 2015)
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