Mientras en
las catacumbas de la UNEAC se celebraba la misa gris del Quinquenio Prieto, en
las alturas de la blogosfera estallaba un iridiscente petardo cargado de
silogismos: se trataba del erudito cubanoamericano Jorge I. Domínguez, embutido
en un chaleco de ideas peligrosas.
Estadista
sagaz y estratega empeñado en consolidar las conquistas espirituales y
territoriales del castrismo, Jorge I. Domínguez sería la “esperanza blanca” de
la cubanología si nos quedara aún el ápice de voluntad necesario para imprimir
un vuelco a nuestra Weltanschauung.
Pero, ¡ay!, al parecer estamos demasiado viejos para revoluciones.
El laureado
profesor, descrito simultáneamente como “cubanólogo” y “dialoguero” por un
internauta que oculta su identidad tras el seudónimoel hermano de juanita, tal vez
sea el único comentarista cubano que merezca integrar hoy un gobierno de
transición auténticamente revolucionario.
Precisamente,
es el conformismo y la esclerosis de todo lo que se nos presenta como
alternativa lo que produce tanta alarma y desazón en el actual panorama de los
“estudios cubanos”. Si bien es cierto que al archiduque Carlos Alberto y al
juglar Raúl Rivero –por poner dos ejemplos sacados de las “popularizaciones”–
no les falta carisma, sensatez o valor, no lo es menos que carecen
escandalosamente del elemento sorpresa que debía acompañar a lo nuevo.
El doctor
Domínguez, en cambio, corta por lo sano: después del castrismo no viene, ni
puede venir, la democracia: ¡eso sería un retroceso! Lo que venga tiene que ser
mucho más elaborado: ya Cuba probó sus designios continentales, globales;
produjo ideología, injerencias, presiones, guerras, crisis, chantajes,
conflagraciones directas o indirectas, y hasta homeopatías para curar a la
chusma. ¿Cómo contraernos, después del castrismo, en los confines asfixiantes
del pluralismo, en el provincianismo de una República, con su propiedad, su
prosperidad y su representatividad? De eso nada. Después del castrismo, nuestra
idea del mundo se consolida y regresa enunciada por teóricos de Harvard.
Nuestra democracia, si es que llega a serlo, será un gobierno dedemocrats, es
decir, de puritanos socialistas, porque nuestra política es, y será siempre, un
asunto de geografía, y en Norteamérica lo “democrático” ya ha tomado el camino
del socialismo. También en esto –Reinaldo Arenas dixit– los cubanos “venimos
del futuro”.
Lleva razón el
profesor Domínguez cuando, en su contaminado castellano de Nueva Inglaterra,
predica (en El comienzo de un fin,
octubre-diciembre 2006, edición mexicana de Foreign Affairs): “En el informe de gobierno de
Estados Unidos publicado, precisamente, en julio de 2006, días antes de la
delegación de mando de Fidel a Raúl (…) se menciona una asistencia para impedir
las enfermedades infecciosas, sin darse cuenta de que el sistema de salud
cubano puede brindar mejor tales lecciones al estadounidense.” ¿Y quién duda
–cabría preguntarse– de que el inminente retorno de los Clinton a la Casa
Blanca significará la puesta en práctica de “tales lecciones”? Si los cubanos
nos anticipamos revolucionariamente en cuestiones salutíferas, ¿quién quita que
un clintoniano sistema de Salud Pública, calcado del castrista, no adopte
también su epidemiología, y que, igual que absorbió nuestra falsa conciencia,
la emita en esporas de política externa, y de medicinainterna?
Ante el
retrato hablado de su Raúl Castro, Domínguez pondera: “¿Cómo gobernar a una
Cuba que no le conoce, a una Cuba que nunca le otorgará el galardón de líder
carismático?”. Y la respuesta, en forma de oráculo, nos llega dentro de una
galletita china: “Prosperidad”, como si en Cuba esa palabra no fuera sinónimo
de “exilio”, de “pasado”, de “batistato” incluso, por ser éste el último
referente de “lo próspero” que se ofrece –en las ruinas de una Edad de Oro– a
la imaginación de los cubanos. “Prosperidad”, en Cuba, evoca cualquier cosa menos
un “futuro” oriental.
Lo que no
quiere decir que el despegue económico que elude a la mayoría de los países de
la región, no sobrevenga en Cuba naturalmente, y casisobrenaturalmente.
Pero una Cuba próspera y capitalista también atraería una ola imparable de
inmigración latinoamericana hacia “el milagro cubano”. A la caída de Castro, La
Habana será por fin la Meca y el Hong Kong de las Américas, y si no
contraponemos un gobierno fuerte a la avalancha de buscadores de reliquias,
pereceremos como cultura en unos pocos años. Como se sabe, somos cada vez más
populares, más hot, y quizás,
hasta demasiado cool. A ese efecto
geopolítico lo llamaré aquí “nuestro recalentamiento global”.
De estas cosas
no parecen percatarse nuestros pensadores, por estar demasiado comprometidos
con el negocio de las lamentaciones. Salir de Cuba y sumarse a la disidencia
los vuelve automáticamente cretinos. Las cubanerías dejan dividendos, y la paz
y el amor son un negocio redondo. Pocos están enfrascados en formular
políticas. Los estimados académicos de estos 50 años dejan mucho que desear.
LASA, por ejemplo, se ha convertido en un club de convencionalistas que cada
dos veranos se dedica a surfear en la estela del castrismo. Lo mismo pasa con
el Cuban Research Institute y otros think tanks estancados. Los intrépidos
“dialogueros” de los 70’s —como la prescindible señora Pérez-Stable—
degeneraron en comentaristas ñoños, en zurcidores de retazos. Los filósofos
están ocupados en sacarse del ombligo la suciedad del desengaño. Y es en este
panorama donde entra el profesor Domínguez como un jihadi, o como lo
que en Massachussets llaman un maverick.
Mas he aquí
que, como una mano de naipes que llevara las jetas de los diez más buscados, el
equipo de transición castrista perdía, con elPavongate, su primera apuesta. Y lo de Jorge I.
Domínguez, por ser menos conspicuo aunque más relevante, no acaparaba gigabytes.
Mirábamos furiosamente al pasado como quien mira al sudeste, cuando el enfant terrible de la
cubanología yanqui puso en axiomas eso que entre nosotros –cubanos uníos de
todos los países– se había considerado siempre impensable, inconcebible,
inefable: que el castrismo no deja ver a
Castro. O lo que es peor: que Castro no deja ver el
castrismo.
Examinemos
este razonamiento bomba del profesor Domínguez: “Si bien es cierto que se
transfiere a [José Ramón] Balaguer, actual ministro de Salud Pública, la
responsabilidad principal sobre ese tema, no es menos cierto que Balaguer ha
sido principalmente un político y que su especialidad es la ortodoxia
ideológica y el entorno internacional de Cuba”. Dicho de otra manera, que
nuestras enfermeras han desembarcado ya en Normandía; que el Ministerio de
Santé Publique sobrecumple sus metas; que en el quirófano del CIMEQ se decide
la política exterior de la República.
El gobierno
castrista, to be sure, también
“podría brindarle mejor tales lecciones al estadounidense” en lo tocante a
política regional. Pero, de nuevo, se trata de lecciones que “el
estadounidense” sólo aplicaría si llega a efectuar el tan anticipado cambio de régimen.
Ya se sabe: los Demócratas serían los únicos interesados en clonar los éxitos
sociales del castrismo en Latinoamérica.
Sobre los
éxitos militares cubanos en el continente africano, el profesor Domínguez nos
revela que fue “una fuerza profesional, disciplinada, muy bien entrenada, fiel
y eficaz, capaz de lograr tres veces en África lo que Estados Unidos no logró
en Viet Nam”, la responsable de tales hazañas. Aquí se impone aquel apócrifo
napoleónico: nuestras victorias pírricas se ganaron, doctor Domínguez, sólo en
las páginas del periódico Granma. El costo económico, moral y político de la
aventura africana fue más alto para Cuba –aunque ni se admitió ni se debatió
públicamente– que el de dos, tres, muchos Viet Nam. Aunque el verdadero hecho a
considerar, según se desprende del ensayo dominguezco es que, de alguna manera,
nuestra sola presencia en
África nos distingue del resto de las naciones, pues, más que su impronta real,
el pensador de Harvard parece interesado en demostrar la eficacia simbólica de
“lo cubano”.
Esa “eficacia
simbólica” ha salido otra vez a la palestra pública a raíz del reciente debate
entre el ex canciller mexicano Jorge Castañeda y el ex presidente Carlos
Salinas de Gortari: Cuba es “la puerta del frente” de la política exterior
mexicana, se ha confesado, un poco embarazosamente. ¡Cáspita! Si en otra parte
dije que México es “nuestro Egipto” –por dar lamedida de
nuestra excepcionalidad–, ahora tendría que añadir que nuestro mercurial
pueblecillo de judíos errantes desborda, metafísicamente, todos sus
recipientes.
Pongámonos en
perspectiva: el bolivarismo no es más que castrismo adaptado para Venevisión; y
el chavismo, la conquista irrenunciable de nuestras tropas de asalto, de
nuestra ideología cubana. Las brigadas del doctor Balaguer, enmendando un
diagnóstico previo del doctor Guevara, han suplantado con terapeutas a los
guerrilleros de las provincias bárbaras. Ya metimos la mano en el petróleo de
Maracaibo, y un cable nos conecta al indigenismo rabioso, en vivo y en directo.
El bolivarismo equivale al derecho de pernada del castrismo sobre las
poblaciones indígenas del continente. Si antes, como consecuencia del Exilio,
nos habíamos adueñado de las Telecomunicaciones venezolanas (purgas, fuga de
cerebros, exilios, pavonatos, Papito Serguera, parametraciones, y telenovelas
estaban íntimamente relacionados), ahora, en el gran esquema cósmico,
renunciábamos a los canales de televisión para dedicarnos a los pozos de
petróleo. Era una jugada de Cuba consigo misma, una jugada de Castro con su Exilio.
(El castrismo se emite y absorbe, ¡a sí mismo!). Nuestra Diáspora obliga –aún
cuando desistiéramos de las escaramuzas guerrilleroterapéuticas– con el peso
específico de su presencia, y de su ausencia. La
clonación del Líder ya está en marcha. Ha llegado el momento de lograr, sin
Fidel, lo que Fidel nos impidió lograr. Dudamos, paralizados ante la imparable
globalización del castrismo: pero míster Domínguez esboza –casi sin
proponérselo– los prolegómenos de cualquier futuro foreign affair.
Porque
solamente un cubanoamericano podría concebir el castrismo como negocio –o como
negociación–, es decir, como contrato social panamericano, con derechos de
clonación y tributos de autoría intelectual. Que hemos patentizado la revolución
no es meramente un tópico: es una auténtica prioridad legislativa de la futura
República. La Revolución es nuestro primer renglón, nuestro producto nacional bruto, pues la
sociedad revolucionaria –como avisara Guy Debord– producirá sólo espectáculo.
Fidel, como
buen hidalgo –Jorge I. Domínguez lo equipara a Alonso Quijano: “¿Quién no le
reconoce como un descendiente lineal de Don Quijote que se enfrenta a
gigantes?”– mal administró la Revolución: ahora toca a un equipo de tecnócratas
cubanoamericanos reimaginar las funciones plenipotenciarias del comendador de
Indias. Compárese el jesuitismo soso de los disidentes “varelianos”, o la
rapacidad empresarial de los “talibanes”, y se verá por qué no hay cabida para
ellos en nuestro porvenir geopolítico.
Redescubrir
América no es el logro exclusivo del ingenioso hidalgo Fidel Castro Ruz: Martí,
Carpentier y Lezama, tanto como Castro, son redescubridores de Américas. Lo
cubano ya aspiró a redefinir –con el modernismo, el origenismo y el castrismo–
lo Eterno americano. “Nuestra” América –después del modernismo, del origenismo
y del castrismo– es un territorio cubanizado, conquistado. A eso aluden los
mexicanos cuando nos llaman “umbral”.
Y por eso
Domínguez, el solipsista, entona su “Honrar honra”: la antigua divisa de una
nueva hidalguía. Mientras los ingenieros-taxistas, los doctores-lavaplatos y
los senadores-limpiabotas son ya cuentos de camino del primer Éxodo, en La
Habana de hoy los ingenieros son taxistas; los doctores, camareros; los
abogados, lavaplatos y las filólogas, jineteras: proceso de reversibilidad
anfibológica, de corsi e ricorsi, no
muy distinto del que se operó siempre, al final de la Historia, entre hidalgos
y escuderos. Los papeles se cambian, los roles se trastocan, nuestro mundo da
una vuelta en redondo. Acabamos de vivir, sin percatarnos, la otra revolución:
la Revolución que nadie anticipaba, porque sucedió dentro de la
revolución.
Como un
“dialoguero” cargado de explosivos que sube por la puerta del fondo a la guagua
del revisionismo a go-go, lo que ha detonado con Jorge de Harvard es un petitio principii –revolucionario
en toda su subversiva autoreferencialidad. O, dicho con ese hijo de España que
perdió el seso mirando girar las aspas del Eterno retorno de lo mismo: “Dentro
de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada, dentro de la Revolución
todo, fuera de la Revoluc…”
No comments:
Post a Comment