En su artículo
de respuesta a mi último ensayo sobre la cuestión étnica en Martí, Duanel Díaz
me confirma mis miedos: tendría que escribir mucho, demasiado, para convencerlo.
No le basta con los datos que le di, sino que sigue afirmando que Martí
"invierte el discurso civilizador de Sarmiento".
La tesis, por
supuesto, no es nueva. Fernández Retamar, en Calibán y otros
ensayos, fue quien la hizo famosa, quien tomó este ensayo, "Nuestra
América", como el centro de la ideología martiana, y nos ha hecho creer
que Martí se posiciona en un lugar antagónico al discurso civilizatorio del
argentino, junto con los pobres, los indígenas y los negros. Decir lo contrario
es entonces un acto de herejía o, cuando menos, una muestra de desconocimiento.
¿Pero fue
realmente Martí un defensor de quienes Sarmiento despreciaba? Para responderle
a Díaz, vayamos por los hechos, y tratemos de evitar los "caminos
trillados". Empecemos por el inicio, por el año 1879. ¿Qué sucede ese año?
Pues que Julio A. Roca, quien poco después sería electo presidente de
Argentina, lleva a cabo lo que se conoce como la "Conquista del
desierto", que consistió en la ocupación militar de los territorios al sur
de Buenos Aires, donde vivían cerca de treinta mil indígenas.
La invasión
del ejército de Roca a la Patagonia era la culminación de un gran sueño: el de
Sarmiento, Ansina, Alberdi y tantos otros letrados liberales, quienes pensaban
se debía incentivar la inmigración europea y acabar con el "problema"
indígena. En especial Sarmiento, quien era de la opinión que se debía hacer con
ellos lo mismo que habían hecho los norteamericanos: echarlos a balazos de
aquella zona. Todos, absolutamente todos, significaban un atraso para el país,
una raza degenerada que no merecía perpetuarse en otras generaciones.
Roca, pues,
pertrechó su ejército con todos los adelantos modernos de la guerra (incluyendo
telégrafos, fusiles Remington y ferrocarriles) y arremetió con fuerza contra
los indeseables. Como es de suponer, Roca venció, y después de la victoria,
como dice David Rock en State Building and Political Movements in
Argentina 1860-1916, dispuso sin ningún inconveniente sentimental de
los que sobrevivieron. Mandó algunos a Tucumán, donde había una industria
azucarera floreciente, y despachó a las niñas a servir en condiciones casi de
esclavitud en las casas de familias adineradas.
Su propósito
era dispersarlos para que olvidaran su cultura, y si era posible,
"civilizarlos" a través del trabajo. Roca, como antes Sarmiento,
recurría pues al discurso civilizatorio y extranjerizante, una especie de
alegoría maniquea, que enfrentaba a Europa (y sus valores culturales) con los
de América, "la civilización contra la barbarie", la "ciudad
contra el campo", etcétera. ¿Qué tiene que ver todo esto con Martí?
Pues bien, en
un artículo de 1883, Martí alaba la campaña militar del entonces presidente
argentino Julio Roca y exclama eufórico: "por donde corrían sobre
fantásticos caballos, los indios invasores, corren hoy como voceros de los
tiempos nuevos, los ferrocarriles" (OC VII, 320). Y agrega: "campañas
haga iguales en la industria Buenos Aires, dignas de aquellas maravillosas y
centáuricas que dieron apariencia de dioses a los hombres" (OC VII, 324).
Según la
prensa de Buenos Aires, la justificación para la "Conquista del
desierto" fueron las incursiones de los indígenas en la frontera, a
quienes se les acusaba de robar el ganado (cosa por la cual podían ir a la
cárcel). Pero como dice Milcíades Peña en De Mitre a Roca:
consolidación de la Oligarquía Anglo-Criolla, la verdadera justificación
fue el dinero. Poner aquellos terrenos a disposición del capital extranjero, la
oligarquía criolla, la producción de cereales y el pastoreo. Realmente, las
poblaciones del sur de la ciudad estaban muy lejos de ser el enemigo
medianamente formidable que decía el Estado y mucho menos para un ejército de
6.000 hombres.
En su crónica
para La América, de Nueva York, Martí alaba, pues, la labor de Roca
y dice que de la lectura de sus palabras, el lector saca la "impresión
grata" de un hombre "fuerte y joven" (OC, VII, 321). Y sigue
afirmando que ahora el Chaco, que tenía ríos por donde "deslizan sus
canoas de puntas dentadas las indias recias… ve llegar a sus regiones
opulentas, cargados de sus aperos de abatir troncos y abrir la tierra, a los
fornidos hombres blancos que vienen contentos a hacer su hogar tranquilo y
libre con los maderos frescos de la selva" (OC VII, 323). Ahora, afirma
Martí, la Patagonia tiene escuelas y es un hervidero de trabajadores e
inmigrantes que vienen a explotar la tierra.
Claro está:
Martí pasa por alto que esa tierra tenía dueño y no se percata que ver el
conflicto armado como una victoria deseada y necesaria, significaba reactivar
la ideología colonial, la del conquistador español, que impuso por la fuerza su
lengua y su cultura sobre los aborígenes. Que expropió sus tierras, humilló a
sus mujeres y los convirtió en "bestias". Pero ¿es acaso extraño esta
identificación de Martí con la campaña de Roca? No.
Unos años
antes había dicho lo mismo en Guatemala (donde él era uno de esos tantos
forasteros blancos que venían a rehacer su vida y trabajar). El argumento lo
repite incluso cuando habla en 1885 de la situación de los indígenas en EE UU,
donde afirma: " el despojo de sus tierras, aun cuando racional y
necesario, no deja de ser un hecho violento que todas las naciones
civilizadas resisten con odios y guerras seculares, el cual no ha de agravarse
con represiones y tráficos inhumanos" (OC X, 326).
¿Por qué
entonces Duanel Díaz, o mejor, la crítica martiana que el reproduce
acríticamente, sigue hablando de un Martí a favor de los indígenas y defensor
de las causas justas? ¿Por qué se empeña en esa imagen maniquea y simplista de
un Martí que invierte "el discurso civilizador de Sarmiento"?
En 1973, ya
André Joucla-Rau señalaba la identificación de Martí con las ideas que sostenía
la prensa argentina al momento de la "Conquista del desierto". Su
opinión quedó registrada en la discusión que siguió a la lectura de su ensayo
en el famoso coloquio de Burdeos, celebrado en Francia ese año para homenajear
al cubano. Entre los presentes estaban, como era de esperarse, Cintio Vitier y
Juan Marinello, quienes criticaron a Joucla-Rau por pensar de esa forma.
En tal
ocasión, afirmaba el francés: "hay una identificación con los tópicos
posiblemente al uso en la prensa de Buenos Aires que Martí condensa". A lo
que respondió Cintio Vitier acto seguido: "No me inclino a esa posibilidad
de la 'identificación' porque esas ideas serían muy raras por lo que Martí no
tuvo evolución en su valoración del indio y en su amor al indio, su amor
entrañable al indio en toda América". A lo que responde Joucla-Rau
nuevamente: "Yo creo que de todos modos convendría matizar mucho, con toda
la honradez posible".
Después de
este intercambio, no aparece en las actas publicadas del congreso otra
intervención del catedrático francés, quien muere poco después, antes de que se
publicara el libro. Pero sí aparece a continuación la reacción de sus críticos:
Mejía-Sánchez, P Verdevoye, Juan Marinello, Nöel Salomón y, de nuevo, Cintio
Vitier, quien se lamenta de que no estuviera con ellos en la reunión Fernández
Retamar para ayudarlos. Vale copiar las palabras de Vitier en aquella ocasión para
que se tenga una idea de la polémica y el origen de todos los malentendidos:
"Lamento
mucho que no esté aquí nuestro compañero Roberto Fernández Retamar, que acaba
de publicar un trabajo en la revista Casa de las Américas, que en
gran parte es un enfrentamiento realmente brutal entre el ideario de Sarmiento
y el ideario de Martí y que se centra especialmente en este tema. No hay duda
de que ese enfrentamiento se produjo tácitamente en el escrito 'Nuestra
América' de Martí donde él dice abiertamente: 'No hay lucha entre la
civilización y la barbarie sino entre la naturaleza y la falsa erudición'. Sin
embargo, en otros escritos él elogió el Facundo, al cual llamó 'libro
prócer', 'libro fundador'. Estas contradicciones menores también se observan en
Martí".
Es la lectura
de Retamar, por tanto, la que sí ha hecho su "agosto" en la academia
norteamericana por los últimos veinte años, y lógicamente, esa es la versión de
la escuelita en Cuba, la cual no se puede criticar, ni desdecir. Por eso, la
opinión de Joucla-Rau, que ocupa solamente un par de líneas en su intervención,
es tan rara, rarísima en el corpus ensayístico martiano. Por algo ese libro
nunca se publicó en Cuba. En esas dos líneas, Joucla-Rau ya veía cómo Martí
criticaba y coincidía en algunos puntos con Ebelot, el autor de un libro sobre
La Pampa que Martí reseña en 1890 e incluso coincidía con los postulados que
impulsaron a Julio Roca a la "Conquista del desierto". Para que se
sepa, Ebelot fue uno de los ingenieros de esta campaña y fue íntimo amigo de
Alsina, el antiguo ministro de Guerra.
Según
Joucla-Rau, Martí critica al francés aplatanado en Argentina por su
determinismo positivista, que el cubano asocia a la influencia de Charles
Darwin (1809-1882) y Ernst Haeckel (1834-1919). Tal determinismo se basaba en
la teoría del devenir histórico de la humanidad, la ilusión mistificadora del
progreso lineal, entendido en una manera materialista y fatalista. Pero en el
mismo texto Martí se hace eco de esa misma concepción lineal de la historia, si
bien optimista, cuando afirma, que "con ver el mundo, graduado y en cada
grado idéntico, cualquiera que sea la época de la graduación, salvo las
modificaciones de lugar y ambiente, hay filosofía magna e infalible para
entender cada trance social, y gozar con verlo, sin entristecerse, como nuestro
francés" (OC VII, 370).
Al menos es
obvio para mí que Martí no puede escapar de la episteme positivista del siglo
XIX, que impone una visión ascensional de la historia, el desarrollo biológico
y el progreso de la humanidad. Esta es la misma visión jerárquica que había
utilizado en su crónica de 1882, al hablar de las tribus crows y cheyenes en
Estados Unidos, cuando compara a los indígenas con los "niños" y los
cataloga de "salvajes".
Es el
optimismo evolucionista de su apunte sobre los negros en el fragmento que cité
en mi primer ensayo. Es un evolucionismo que no borra totalmente las
diferencias de raza, sino que las mantiene entre ellas mismas (cuya sangre
sigue siendo un factor que marca las diferencias), ya que ve el mundo
"graduado" con la salvedad de "modificaciones de lugar y
ambiente".
En otras
palabras, todavía en una fecha tan tardía como 1890, un año antes de publicar
"Nuestra América" en el periódico del Partido Liberal de México,
Martí seguía creyendo en esta "filosofía magna e infalible". ¿Por qué
entonces la crítica martiana prefiere hablar de "saber de la
literatura" y de la "estética", en lugar de cuestionarse los
espacios marginales que ocupan el negro y el indígena en los textos martianos?
¿Realmente piensan que la literatura es suficiente para oponerse por sí misma a
los discursos científicos, biológicos y pedagógicos que inundaron el siglo XIX?
Duanel Díaz
parece apuntarse a esta tesis, cuando afirma que a diferencia de Francisco
Figueras, Martí exhibe "una retórica de la utopía o del subsuelo, cuya
autoridad procede más de la literatura que de la ciencia". El ensayo
"Nuestra América", entendido a la manera de Retamar, es nuevamente el
texto que apoya esta retórica.
Pero
únicamente habría que ver en "Nuestra América" el lugar que ocupa el
miedo (el horror diría) a que se desataran esas minorías ignoradas y reprimidas
por tanto tiempo en el continente (el negro, el indígena, el hombre de la masa
inculta), para darse cuenta que Retamar se equivoca. Decía Martí: "En
pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por
su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano, allí donde los cultos no
aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las
cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno
le lastima, se lo sacude y gobierna ella".
¿A quién se
está refiriendo Martí con estas palabras? ¿A quiénes les está diciendo que se
cuiden? ¿A los políticos y la clase dirigente de México, o a los negros, los
indígenas y los desarrapados? No nos engañemos: estos últimos son el gran
problema que hay que evitar a toda costa en el futuro. Son los
"perezosos", como describió tantas veces a los indígenas. Son los
poco inteligentes. Son "los de abajo" en esa retórica elitista, que
como en el fragmento que cité en mi primer ensayo, crea jerarquías que hay que
preservar. Hay que saber gobernar bien a esas gentes, ya que podían
"sacudirse" del lomo las instituciones. A Martí le gustaba dar ese
tipo de vaticinios políticos (como a Bartolomé de Las Casas o Alexis de
Tocqueville), y es cierto que algunos se cumplieron, pero otros quedaron muy
cortos.
Es cierto que
Martí criticó la Conquista, y el sistema de reservaciones en EE UU, por
encontrarlos inhumanos, y contraproducente el segundo, ya que obligaba al
gobierno a mantenerlos y a perpetuar su "pereza". Pero también hay
que aceptar que hay zonas en su ideario que para nuestra concepción actual son
profundamente problemáticas y que muchas veces Martí se muestra a favor de
políticas que les fueron muy perjudiciales a los indígenas en su tiempo, que le
hicieron perder sus terrenos, sus derechos heredados, y los condenaron a la
miseria o la muerte. Esas son las "contradicciones menores" —como
dice Vitier— que a la crítica no le interesa resaltar.
Pero en todo
caso, sus críticas y temores por las minorías étnicas son consecuentes con la
postura liberal que los trató de "reformar" y hallar un
"remedio" para ellos. Que los obligó a trabajar en contra de su
voluntad y criminalizó el "ocio". Lógicamente, en Cuba no lo hicieron
porque tenían una isla llena de esclavos y un comercio ilegal floreciente. Pero
si los indígenas no utilizaban la tierra, pues los "desalojaban" y ya
se traerían inmigrantes de Europa dispuestos a trabajar.
No puedo
coincidir, pues, con la crítica martiana que se ha empeñado en analizar sus
escritos a partir de "Nuestra América", y del cual se sirve para
juzgar toda su obra a partir de una frase bella, sintética y metafórica. Porque
Martí no es ni esa frase ni ese ensayo. Es toda su obra, llena de matices,
frases geniales, pero también muchas contradicciones. Como decía Joucla-Rau,
hay que ser lo más "honrado posible" para hablar de estos temas en
Martí, y entiendo que algunos no quieran serlo. Incluso, entiendo que muchas
revistas académicas y editores no quieran oír hablar de estas cosas porque es
infinitamente más cómodo y seguro seguir repitiendo lo que todos sabemos,
seguir afirmando nuestras "certezas ridículas" hasta el cansancio.
(Con toda la
honradez posible. Cubaencuentro, junio 2008)
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