Si la novela
policial cubana había logrado entre 1973 y 1977 adaptar la típica fábula
policial a los reclamos de una priorizada función ideológica y había dado
pruebas en 1978 de capacidad para autosuperar los esquemas que esa fórmula
inevitablemente provocaría, a partir de 1979 inicia un descenso cualitativo que
el cuatrienio 1980-1983 convertirá en descalabro casi absoluto.
La reiteración
del método que La ronda de los rubíes
(1973), de Armando Cristóbal Pérez, propuso y que El cuarto círculo (1976), Luis Rogelio Nogueras y Guillermo
Rodríguez Rivera, había tratado de tensar hasta sus máximas posibilidades, no
podía traer otro resultado que el empleo repetitivo de las mismas soluciones y
tópicos—muchos de los cuales fueron entendidos como rasgos definidores del
género entre nosotros—, sin superar los modelos tomados.
Las fábulas
forzadas y repletas de casualidades; la aparición de personajes superficiales,
simples tipos prefabricados, de los que se habla pero que actúan ante el
lector; el hastío de un mundo presentado que se repite novela tras novela con
muy tímidas variantes; la recurrencia de un lenguaje parejo, desconocedor en
muchas oportunidades no ya del trabajo literario, sino incluso de las más
palmarias construcciones gramaticales; estos y otros males provienen de un
concepto errado sobre las maneras en que la literatura policial puede encarnar
su función ideológica.
(La novela
policial cubana ante sí misma [1979-1986]. Archivado en la red)
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