Las cartas
abiertas han sido las hijas venidas a menos del género epistolar. Con las
nuevas tecnologías de la comunicación se han masificado. Todo el mundo escribe
cartas abiertas, y por eso se ha erosionado la maestría. Y de expresiones
literarias han pasado a ser pasquines políticos.
Obviamente,
una carta abierta no es un tratado académico, ni siquiera un ensayo que obliga
a referenciar las ideas. Es algo más ligero. Pero por muy ligeras que sean,
siempre se agradecen en ellas veracidad en lo que se afirma y coherencia en lo
que se argumenta. Y creo que todo esto falló en la carta abierta dirigida a
Rubén Blades, escrita por Guillermo Rodríguez Rivera (GRR) y publicada en su
blog por Silvio Rodríguez con tanto cariño que muchos pensaron que era de él.
La admonición
de GRR a Rubén Blades es un ejemplo de cómo toda una franja de la
intelectualidad cubana ha decidido chapotear en la pobreza de la pobreza. Y ha
hecho de sus miserias subjetivas una suerte de retiro virtuoso construido de
malos cálculos, mentiras y retóricas edulcoradas. No obstante, no por ello esta
carta es intrascendente, pues resulta un verdadero monstruo, de esos que genera
la razón autoritaria que prevalece en la sociedad transnacional cubana (no solo
en la Isla) y que constituye uno de los más serios escollos que enfrentará la
futura república democrática.
Lo primero que
llama la atención en la carta es la maestría de GRR para caricaturizar todo lo
que no entiende. Y como no entiende casi nada de lo que afirma, toda la carta
es una caricatura. Por ejemplo, se destaca la manera como percibe y trata de
explicar lo que es una revolución, sus pertinencias y sus costos, que termina
reducida a un pasquín heroico y emotivo sin ningún valor argumental. Y fuera de
ella —donde existe una gama de actividades y posicionamientos políticos que ven
el cambio de otra manera— simplemente menciona a “las encopetadas damas de la
alta sociedad (que) salen a hacerle caridad a los que no tienen justicia”. De
manera que para GRR la política aparece dividida en dos bandos: los radicales
revolucionarios (entre los cuales me imagino que él se ubica) y los filántropos
mojigatos.
También lo
hace cuando se refiere al complejo binomio mayoría/minoría, y en particular
cuando trata a esta última como un subproducto de la propia vida. Pero una
minoría no es un residuo desechable, sino una parte del mundo que interpelamos,
que merece un espacio y que eventualmente puede convertirse en mayoría. Esa es
una regla vital de toda democracia.
Toda propuesta
política —revolucionaria, reformista o conservadora— es susceptible de ser
impugnada, y solo una visión reaccionaria de la vida puede creer que hay algo
que no lo pueda ser, y que quien lo haga merece ser excomulgado. Eso fue lo que
los atenienses entendieron cuando inventaron la democracia, y lo que los
inquisidores medievales echaron por tierra cuando levantaron cánones divinos. Y
esto último es lo que defiende GRR asombrosamente en nombre de una revolución.
Solo que, y
aquí me detengo en los recovecos de la empiria, los conceptos de minoría y
mayoría merecen ser tratados con cuidado particular en el caso de Venezuela. Es
innegable que Hugo Chávez cultivó una cadena envidiable de triunfos
electorales, sobre todo en la época de oro de su proyecto entre 2004 y 2008,
pero siempre ganó sobre una minoría consistente superior al 40 %. Pero hace ya
un tiempo que no es así, pues la crisis del modelo chavista —acentuada con su
muerte— ha ido desgajando los apoyos.
Y en
consecuencia, decir con GRR que el chavismo triunfa con un 60 % es una vulgar
mentira que ningún articulista decente se permitiría, no importa cuan flexible
sea escribir una carta abierta a un cantante y publicarla en el blog de otro.
(…) es
lamentable el desliz ético que implica mirar hacia el lado, como hace esta
franja aquiescente de la intelectualidad cubana, y no observar la verdadera
situación de la Isla: una economía decrépita, una política desgastada, una
sociedad que se empobrece y una población que decrece. En lugar de esta mirada
crítica necesaria —compromiso ineludible de todo intelectual— estas criaturas
se deshacen en variaciones de un discurso gastado y conservador sobre utopías,
peligros externos, narcisismos sin sentidos, y otras bagatelas especulativas. A
pesar de que taxonómicamente se ubican en la izquierda, constituyen los ripios
en desbandada de un pensamiento autoritario, retrógrado y
contrarrevolucionario.
Y GRR hace
todo esto magistralmente en su breve carta abierta, cuando con una abusiva
flexibilidad ética, regresa a la actitud plañidera sobre las intolerancias de
Miami (la mejor manera que tienen algunos intelectuales cubanos de no mirar a
las intolerancias propias), para lo cual echa mano nada más y nada menos que a
aquel incidente en que Oscar de León fue penalizado en el sur de la Florida por
cantar en Cuba. Omitiendo que cientos de intelectuales y artistas cubanos no
pueden ejercer profesionalmente en su país —en el que nacieron— y algunos ni
siquiera pueden visitarlo.
La buena
noticia es que GRR y sus patrocinadores no son parte de un futuro, sino de un
pasado. El futuro está en otro segmento intelectual, que despliega una crítica
creativa desde las diferentes esquinas de la producción intelectual, sin los
atavismos ideológicos y emotivos de una generación que en algún momento nos
dijo algo para quedar hoy sepultada en la inopia, por los tiempos y las
costumbres.
(Autoritarismo e inopia de una carta abierta.
Cubaencuentro, marzo 2014)
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