Es obvio que
estas señoras (de algunas, aún conservo correos y dedicatorias amables hacia mi
persona) no poseen los elementos necesarios para discernir y llegar a sus
propias verdades, al mismo tiempo, comprendo el miedo a las consecuencias que
puede acarrear el negarse a aceptar una proposición oficial por indecente que
sea.
Me resulta
paradójico, no obstante, que dichas escritoras que con tanto énfasis rechazan
la violencia contra la mujer, parapetándose en las falsas acusaciones que se me
imputan y esgrimiendo conjeturas sobre mi proceso, no hayan alzado su pluma ni
una sola vez para rechazar o denunciar las graves y constantes violaciones
físicas y morales que han sufrido y sufren las Damas de Blanco, símbolos de
valor y resistencia pacífica en Cuba.
Jamás he
escuchado sus voces indignadas cuando suceden los vergonzosos y detestables
actos de repudio frente a la casa de Laura Pollán, en los que otras mujeres,
que se comportan como si no lo fuesen, participan activamente insultando y
golpeando bajo el consabido disfraz de “pueblo enardecido”.
¿Dónde están
sus condenatorias y femeninas voces de la intelectualidad y la literatura oficiales
cada vez que una mujer opositora es golpeada salvajemente, fracturados sus
huesos, condenada a prisión sin proceso legal, humillada, violentada, frente a
sus hijos y familia?
La doblez del
discurso de estas escritoras es realmente penosa. Encarnan toda la decadencia y
falsedad de un sistema que logra convertir en empolvadas agentes a seres que
deberían estar conectadas con la creación y la belleza.
Sé que algún
día lamentarán no haber sido honestas y consecuentes con sus dones e
inteligencia.
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