Es lo que sostengo: el involucramiento
del propio Martí, desde muy temprano, en su propia reificación: mártir, héroe,
y añadiría, en significante mismo de la comunidad nacional. Me alegra que
menciones el cuadro de Arche, porque se trata de una imagen que no falla en
evocar la del Sagrado Corazón, un cuadro que era muy común encontrar en los
hogares cubanos. Ese Martí-Jesús emblematiza la de Jesús-hijo de Dios,
supuestamente enviado a la tierra a redimir a los hombres con su sacrificio.
Martí se representó obsesivamente como
Cristo, y las referencias crísticas abundan, empezando por El presidio político en Cuba:
"todas las grandes ideas tienen su Nazareno" (cito de memoria). Ya
Freud veía una ironía en el sacrificio del hijo que, por esta vía, intenta
superar el impulso parricida, puesto que a pesar de su inmolación, es Jesús
quien termina reemplazando al Padre en la devoción de los cristianos. Esto
habría que pensarlo mejor en el contexto de la compleja relación de Martí con
su propio hijo, tal como lo demuestran Ismaelillo
y Versos sencillos.
Esa relación podría a su vez reflejar
la de Martí con su padre, tan bien captada por Fernando Pérez en el filme El ojo del canario. El Martí
preso, el del grillete y la cantera es, en gran medida, otra proyección —la
primera— de la Pasión, y anuncia por lo mismo el Martí-Jesús de Arche. Martí
también explotó la narrativa del presidio para asegurar su autoridad moral, que
llega a identificarse para mí con la del superyo, y cuyas demandas son tanto
morales como sádicas. Porque como el de Jesús, el sacrificio de Martí resulta a
la postre impagable, y por tanto resulta también el significante de una deuda
que nos esclaviza.
El Martí de Arche me evoca también El caballero de la mano al pecho,
de El Greco. Esto nos lleva al barroco y a la honra. Aunque se ha reconocido la
huella de los místicos españoles en Martí, y aunque Juan Marinello dedicó un
ensayo a su españolidad literaria, que yo sepa, nadie ha reparado hasta ahora
cuán españolizante sería Martí.
En este sentido, siempre me ha llamado
la atención su obsesión con la honra, muy cercano al concepto español,
específicamente calderoniano, de la honra. Es, diría, una de las notas de la
Colonia más audibles en la escritura y el pensamiento martiano.
(...)
Por otra parte, Rafael Rojas, en lo
que juzgo una explicación simplificadora, rechaza mi argumento de que en Martí
hay un racismo de Estado
"por la sencilla razón de que Martí no fue nunca el jefe de un
Estado". Lo cierto es, sin embargo, que Martí, en México y en Estados
Unidos, apoyó y promovió políticas de Estado específicamente contra los
inmigrantes. De modo que alguien tiene que explicarme si esto no tenía por
fuerza que arrastrar su escritura, insertarla, en el territorio de las leyes, y
por lo tanto en la órbita intelectual de Sarmiento y Bello.
Y conste que incluso aquello que
parece irrebatible —Martí no fue jefe de Estado— resulta para mí discutible.
Antes de salir hacia Cuba, ya en muchos periódicos se le llamaba
"presidente", además de que puede decirse, sin necesidad de estirar
mucho las cosas, que ese era precisamente el significado de
"Delegado", puesto que el PRC era Cuba, y Martí era el PRC. También,
una vez en Cuba, Martí fue llamado "presidente".
Recuérdese lo que apunta al respecto
en su diario: "'No me le digan a Martí presidente: díganle general: él
viene aquí como general: no me le digan presidente.' '¿Y quién contiene el
impulso de la gente, general?', le dice Masó [a Gómez]: 'eso les nace del
corazón a todos'. 'Bueno, pero él no es presidente todavía: es el delegado.'
Callaba yo, y noté el embarazo y desagrado en todos, y en algunos como el
agravio".
La anécdota es reveladora. Advirtamos
que Martí, al ser llamado presidente, muestra su repulsa públicamente, tal como
era de esperar de quien trabajó arduamente en la construcción de su persona
pública como hombre humilde. Sin embargo, cuando en privado —o en un escenario
menos público— un hombre le llama presidente, no solo no le causa repulsa, sino
que le sonríe.
Si en realidad el título le repugna,
¿por qué le causa malestar la intervención de Gómez? Hay que preguntarse,
además, cómo es que "las fuerzas todas" (Martí) y a todos "les
nace del corazón" (Masó) llamarlo presidente. ¿Conocían tan bien a Martí
todos los mambises, o incluso la mayoría de ellos? ¿Cuántos de ellos lo habían
visto o leído algo suyo, o lo habían escuchado, antes de su desembarco en
Playitas? ¿Cómo se había plantado —qué mano(s) plantó o plantaron la semilla
del "impulso de la gente"— en el corazón de todos?
Martí menciona su proverbial
sencillez, pero el resquemor que le causa lo sucedido no apunta en esa
dirección. Además, ¿por qué le causaría repulsa que lo llamaran presidente en
público y no que llamaran con su nombre a una ciudad —Martí City— a la que
además visita, y en la que encomia el patriotismo de sus habitantes?
En sus funciones como Delegado, y
desde la dirección de Patria,
tanto como a través de sus viajes para recaudar fondos para la guerra, y como
organizador de la guerra, Martí actuó como presidente de facto, sobre todo por
el hecho indiscutible, documentado, del autoritarismo —político y moral— que
ejerció entre los cubanos de la emigración.
Y puesto que instó a las autoridades
mexicanas, y luego a las norteamericanas, a regular —a partir de principios
racistas y eugenésicos— la inmigración, ¿podría alguien dudar de que de haber
sido nombrado presidente de la República en 1902, Martí habría él mismo tomado
cartas en el asunto?
Para mí lo decisivo es que Martí se
involucrara activamente en la promoción de políticas antinmigrantes y
francamente racistas.
(José Martí, empezar por la sospecha.
Entrevista de Gerardo Fernández Fe, Diario de Cuba, enero 2015)
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