Hasta
hace poco Arrufat contaba con un aire de mártir que le prestaba algún interés.
(Lo mismo que otros compañeros suyos de “Buenavida Social Club”, pasó un tiempo
limpiando zapatos y sin poder cantar.) Sabía que en ello consistía su fuerte y
coqueteaba con la rememoración de sus desgracias, amenazaba con soltar en
público la verdad. (De él y de los otros, no hay más que leer sus respectivos
discursos de aceptación del Premio
Nacional de Literatura.) Ya que no había arrimamiento posible a Lezama y a
Piñera través de la escritura, se les pegaba vía calvario. Pero ahora que lo
tratan oficialmente como a senador, ha tenido que torcer las cosas para
cultivar su victimismo sempiterno, su papel de perseguido hasta el catre de
mármol. Fuñido antes por castigo estatal, ahora que goza de favor estatal se
finge castigado por otros poderes. Le arrebatan premios en la arena
internacional y cuando lo publica editorial española de las grandes es sólo
para hacerlo aparecer en el traspatio mexicano. No le permiten triunfar en
Barcelona y en Madrid, desde afuera lo castigan por no haberse marchado al
exilio.
Como
buen miembro de “Buena Vida Social Club”, Antón Arrufat sostiene con lo
político las mismas relaciones que las putas con un chulo violento.
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