Thursday, April 21, 2016

Antonio José Ponte vs. “Diario (1951-1957)” de Alejo Carpentier

Carpentier no es un gran escritor confesional. Impersonal y soso, lo más que conseguirá el lector es reparar en su obsesión contra el ocultismo que cultivan conocidos suyos o en su homofobia que viene, paradójicamente, de haberse hecho una altísima idea del amor homosexual ("Pero yo creía que, al menos, había una recompensa de tipo espiritual, por vías de una mayor comprensión posible entre dos seres más semejantes a lo que son la mujer y el hombre…").
   No se encontrarán en estos diarios chismes o revelaciones, pese a la prohibición de su viuda de editarlo mientras vivieran algunos aludidos. Quien persiga agudezas tropezará, en cambio, con reflexiones de muy corto vuelo. Como la que sigue, a propósito de André Gide: "¿Cómo un escritor se permite la osadía de mover un personaje ciego sin haber estado ciego?". Y abunda: "Un escritor consciente solo debe hablar de oficios que ha practicado, de enfermedades que ha padecido, de idiomas que habla, de lugares que ha visitado, de personajes —mujeres, sobre todo— que ha conocido íntimamente, lo demás es mala literatura".
   Confiesa que el narrador y protagonista de Los pasos perdidos empezó siendo un fotorreportero. "Pero, al cabo de diez días comprendí que, no habiendo sido nunca fotógrafo profesional, me era imposible reaccionar ante los hechos como fotógrafo. Y volví mi personaje a un oficio que hubiera practicado". De igual modo, transformó a la protagonista femenina, bailarina primero, en actriz. Porque no había tenido amores con una bailarina, aunque sí con una actriz.
   Al parecer, cuando no basaba sus proyectos en investigaciones archiveras, Carpentier resultaba asaltado por pruritos bastante simplones. Otras cautelas suyas pueden descubrirse en las frases o entradas completas que tachara, impresas aquí entre corchetes. Se trata, en su mayoría, de acusaciones al comunismo que debieron atormentar al diputado a la Asamblea Nacional y ministro consejero de la embajada castrista en París que llegaría a ser más adelante.
   Su juicio sobre Camilo José Cela, con quien coincide por los años en que el español cumplía un encargo literario del dictador Pérez Jiménez (Gustavo Guerrero se ha ocupado de ello en Historia de un encargo: "La catira" de Camilo José Cela), podría perfectamente corresponderle a él mismo pocos años después: escurriéndose cuando le hablan de la cerrazón impuesta por una dictadura o cuando le preguntan por la censura política sobre las artes.

(Los diarios de Carpentier. Diario de Cuba, febrero 2015)

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