Hasta ahora Leonardo
Padura no se ha pronunciado en defensa del filme basado en un libro suyo: La novela de mi vida. Puede que durante
los días de festival mantuviera un silencio astuto y diplomático, a la espera
de que los organizadores recapacitaran. O que aguardara por el resultado de
ciertas gestiones. Sin embargo, clausurado el festival y censurada la película,
no se ha escuchado protesta de su parte. Tal vez nunca la haya. Un silencio así
estaría en perfecta concordancia con el modo en que el escritor y guionista se
ocupa del presente en su literatura.
La novela de mi vida
cuenta una historia del pasado histórico cubano —Heredia, Tacón, Delmonte— y
también una historia actual, que es la que ha servido de base al filme de
Cantet. En ella un hombre llamado Fernando Terry, que decidiera marcharse del
país luego de ser delatado a la policía política, vuelve a La Habana años
después en busca de un manuscrito herediano y dispuesto a averiguar cuál de sus
viejos amigos fue el delator.
En La Habana Terry
termina por encontrarse con el oficial de Seguridad que lo empujó al exilio y
descubre que no hubo traidor entre sus amistades. Quien narra nos tranquiliza:
"el origen de todo solo había sido la maligna decisión de un policía en
busca de grados e informantes, el mismo policía al que, años después,
expulsarían por sabía Dios qué delitos, sin duda reales y punibles". Queda
claro entonces que no es preciso buscar responsabilidades en la policía
política, que todo se debió a un mal seguroso. Y existe un atenuante más: poco
tiempo después de que Fernando Terry se decidiera a marcharse del país, llegaba
a su casa una comunicación oficial que lo resarcía. Por tanto no era el Estado
socialista quien perseguía a Fernando Terry, ni la Seguridad del Estado, ni
ninguno de sus más cercanos amigos. El único culpable era un malhechor, rueda
suelta del mecanismo y no mecanismo en sí.
En cambio, muy
distinto es lo que sucede en la otra mitad de esa novela, donde Heredia es
personalmente reprimido por el capitán general Tacón, y resulta delatado por su
amigo Domingo del Monte. Y es que, igual que ocurre en El hombre que amaba a los perros (de la cual me he ocupado en una
reseña), La novela de mi vida gana en
poder de denuncia mientras más lejanos quedan los hechos. Para épocas
recientes, el autor se reserva su capacidad de escamoteo.
Ahora, en el más
inmediato presente, cuando la censura carga contra una película escrita por él
y basada en uno de sus libros, Padura opta por callar. Su fama de autor
internacional y su oficialista Premio Nacional de Literatura le habrían
permitido, con relativo poco riesgo, tener éxito en la denuncia y la
reclamación. Pero del mismo modo en que él diseña sus novelas para conseguir
que sean publicadas dentro de la Isla (y se ocupa de no manchar el honor de la
Seguridad del Estado u olvida preguntarse qué hacía el asesino de Trotsky en La
Habana), ha preferido mostrar idéntica cortesía ante la censura y no protestar
por el atropello de su película.
Sea por decisión
propia o por empuje de la prensa internacional, Leonardo Padura ha jugado en
los últimos años a aparecer como intelectual público. Para serlo verdaderamente
debería dejar de imponer al argumento de sus novelas esas maniobras para
congraciarse con el poder. Y tendría que adoptar la responsabilidad del
escritor de temas políticos con aquello que escribe: acompañarlo, no solo hasta
su posible adaptación cinematográfica, sino también hasta sus implicaciones
entre los comisarios políticos. Guardando silencio, como ha hecho en este caso,
Leonardo Padura no hace más que ayudar a los censores y traicionar a los
lectores de su obra y los espectadores de su película.
(¿Dónde está Leonardo Padura? Diario de Cuba, diciembre 2014)
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