Los vampiros del Hurón Azul: A diferencia de las criaturas librescas de Bram Stoker —que se alimentan de la sangre de otros seres vivos—, los vampiros literarios cubanos son necrófagos: solo chupan cadáveres. Así, de un tiempo a esta parte, uno siempre se encuentra con autores que convierten su relación con los famosos —preferiblemente difuntos— en materia de libros. (La nómina es bastante grande en nuestro panorama editorial, que no abunda en biografías, pero sí en autobiografías solapadas.) Ya saben, la épica de la revista People: “Lezama me regaló personalmente un rollo de papel higiénico”; “yo conocí al negro que sodomizó a Virgilio Piñera en la posada de la calle Amargura”; “yo le sonreí a Guillén y Guillén me sonrió a mí”; “yo me acosté con Wichy Nogueras”, etc. Autores que optan por recordarse todo el tiempo al lado de otros escritores como forúnculos, algo que solo suele ocurrir con los difuntos, los Premios Nacionales de Literatura y los merecedores de una Feria Internacional del Libro. Porque, hay que decirlo: a pesar de que las tres opciones son aciagas, generan cuartillas y cuartillas de memorias y ditirambos.
(Estas evocaciones por parte de segundos y terceros tienen una invariante: la necesidad de imponer el personaje a la persona. No se publican páginas de los que testifican, por ejemplo, contra la Mirta Aguirre que se convirtió en el terror de la Facultad de Artes y Letras: analizó, calificó y expulsó a todo aquel que pareciera un “homosexual inteligente” —imagino que para Mirta esta categoría era el reverso del “intelectual orgánico”.)
La cofradía YOnqui: Escritores cubanos que terminan como patéticos adictos a sí mismos, es decir: como YOnquis del yo. Recuerdo a Pablo Armando Fernández entrando y saliendo de cámara en Virgilio Piñera en persona: “La primera vez que lo vi estaba con Severo Sarduy (…). Solo intercambiamos algunas frases. Al día siguiente Severo me comentó: `Oye, impresionaste al Maestro. Tan pronto como te fuiste me preguntó quién era ese joven tan apuesto´”. Y si hay algo que no falta en un texto YOnqui, ese algo es la conversación desclasificada. Cosas del tipo: “Virgilio me contó que todas las noches, antes de acostarse, tiraba al piso sus chancletas y de acuerdo a como cayeran, sabía cómo iba a ser el día siguiente. Si las chancletas pronosticaban un mal día, sus salidas a la calle eran solo para las necesidades lógicas, e iba bajo una gran tensión”. (Desaparecida la crítica literaria dentro del agujero negro de las universidades cubanas, su ausencia deja un espacio libre demasiado grande, tan vasto que cabe hasta la “epistemología de la chancleta”) Porque los escritores YOnquis son como médiums a los que hay que aguantarles la revelación. Y su gran proeza estilística está en, o bien pasar de la tercera persona del singular a la primera, o bien del “nosotros” al “yo”.
(Vampiros y yonquis piñerianos. On CubaMagazine, enero 2015)
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