Cintio Vitier, que hubiese quedado tan bien ocupándose de la leyenda del que "sin sacudirse el polvo del camino" corrió hasta la estatua, se encontraba inservible, francamente enfermo. Algunos otros artículos de exportación certificados por el CAME tenían que permanecer en La Habana apostados en los festejos del Premio Casa de las Américas: Retamar, Pablo Armando, Barnet, Nancy Morejón (Dios mío, ¿cómo pueden perpetrarse estos versos suyos que acaba de publicar La Gaceta de Cuba en número dedicado a la escritura femenina: “Las florecitas violeta del breve patio simulador / empujaban sus cuerpecitos violáceos / hacia la puerta abierta de par en par. / Las florecitas no volvieron a hablarse nunca más. / Las ramas estaban desoladas / pero las florecitas aparentaban tener una quietud / la quietud de las madrugadas inofensivas de otra época”?)
Sin embargo, quedaban suficientes oficialistas de segunda fila de los cuales sacar una linda delegación.
“Me da lo mismo Venecia que Venezuela”, respondió Lourdes González desde Holguín.
Con tal de ganarse un dinerito y salir un rato de la escritura de guiones para las tribunas abiertas de cada sábado, le daba igual arrimarse al Dux de Venecia que a un militar latinoamericano. Iría.
Mirta Yáñez había elevado sus quejas por no ser invitada, hacía un par de años, a la delegación oficial a la Feria de Guadalajara, y esta vez sí que cogería cajita. “Voy ahí”, sentenció.
Para Norberto Codina, director de La Gaceta de Cuba y venezolano de nacimiento, era una vuelta a la patria. Luis Suardíaz, grado 33 de la Logia Hermandad de la Poesía Latinoamericana, saludaría a sus conocidos entre los peores poetas venezolanos. “Y Lisi”, pidió el ministro Abel Prieto a la cabeza de la delegación, “echénme a Lisi en el paquete”. Con este nombre de poesía bucólica se refería a Lisandro Otero.
Ambrosio Fornet emprendería viaje sentimental. Tantos años después volvería a regodearse en el encanto de la revolución, sustancia que intentara estudiar en presencia y ausencia y que, como todos sus temas, siempre se le escapaba.
“¡Y mis Premios Nacionales!”, reclamó el ministro como reclama un niño sus soldaditos de plomo.
Así que echaron mano a Reinaldo González. Le vendría bien un poco de entretenimiento ahora que se sentía decepcionado después de recibir el Premio Nacional de Literatura. (Imaginó que al obtener el galardón llegaría a creerse escritor y aún seguía en el descrédito.)
Zézar López (zetas de zuz eztudioz en Zalamanca) y Antón Arrufat, ambos naturales de Santiago de Cuba y cada uno envidioso del aburrimiento que lograba el otro en sus lectores, representarían perfectamente lo polémico de la cultura cubana. Una cultura signada por la controversia, que ha dado nombres señeros como Justo Vega y Adolfo Alfonso, Virulilla y Saldiguera, Arango y Parreño, Clara y Mario, Cecilín y Coti (por citar sólo unos pocos). Enfundaron, pues, a los dos viejos.
Otro par, pollos de los setenta, Eduardo Heras León y Guillermo Rodríguez Rivera dieron el paso al frente, se personaron en la comisión de reclutamiento. Buenas piezas los dos. El primero con un pasado militar y cuentos de marcialidad sentimentaloide, se entendería bien con un ejército extranjero. El segundo, amén de sus valores intelectuales, contaba con una joroba y en verdad que da suerte disponer de un jorobado. No habría pava (para expresarlo venezolanamente).
Más vianda para el ajiaco: Desiderio Navarro, tan buen tratante del papel de los intelectuales en la sociedad y tan desentendido de materializarlo: Desiderio en su blablablá babélico. Sumad a un joven poeta Premio Casa de las Américas, un tal Pérez Boitel, quizás el peor premio de esa institución en una larga carrera de peores premios. Jóvenes dirigentes de la cultura y algunas nulidades maduras.
Cabeza del ajiaco, el ministro de cultura propiamente. Y la presencia de Carlos Martí se prestaría para que cuando hablaran de Martí y de Bolívar, los oyentes pensaran en Carlos y en Hugo, no en José y Simón.
(La lengua suelta # 14. La Habana Elegante, segunda época)
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