Tan curiosa relación de lo
cubano con la culpa permite a Prieto hacernos creer, por ejemplo, que en los
años sesenta los hippies habaneros
decidieron por propia voluntad engrosar las fuerzas de trabajo agrícolas. La
historia, en cambio, es muy distinta: fueron obligados a ello, castigados.
Relación de mestizajes, esta novela no se ocupa del más terrible de los gatos
voladores: la Revolución cubana, engendro de la cópula entre el caudillismo
latinoamericano y el marxismo soviético. O de otro gato: la vida económica
cubana, esfuerzos de apareamiento entre socialismo y capitalismo. Sin embargo,
no es del todo idílica: hay recuento de las cazas de brujas en las
universidades cubanas y, si el diálogo entre razas es problema central en la
sociedad cubana de hoy, se ocupa de tal centro. (En caso contrario, se alzaría
como la última de las novelas cubanas antiesclavistas del siglo XIX.)
El grupo de amigos universitarios de Paradiso, la novela de José Lezama Lima,
entabla discusiones acerca del destino de los homosexuales a la hora del Juicio
Final. Los amigos universitarios de El
vuelo del gato discuten acerca de quién es mejor músico, si Lennon o
McCartney. Abel Prieto, que intenta homenajear a Lezama, puede llegar a
banalizarlo.
Pero donde acierta su homenaje a Lezama Lima
es en las historias de familia y de amistad entre ambos protagonistas. Algo de
la grandeza lezamiana al tratar de entrecruzamientos genealógicos está en lo
que Prieto ha escrito. Y la unión de una entonación de cuento de barrio con
reflexiones de alta costura, conjunción tan extraña como la de un gato y una
marta, hacen su mayor logro. Logro que flaquea hacia el final del libro cuando
las reflexiones, disueltas hasta entonces en peripecias, adoptan forma de
capítulos-conferencias. Aparecidas al paso de la novela como comentarios del
narrador, éstas habrían sido mejor acogidas. El modelo lezamiano (lo que
formula uno de los personajes de Oppiano
Licario acerca del comer y los sueños y el acto sexual, o la comparación
entre la papaya y la piña en otro de los textos lezamianos) tienen en Prieto
continuador muy débil.
Quien se haya hecho la misma pregunta que
Kipling encontrará en esta novela respuesta un tanto abundante. Aquel lector
que la encuentre demasiado sentimental sabrá disculparla gracias a varios
momentos excelentes (un retrato del ajedrecista Ben Larsen, reflexiones sobre
el espiritismo, la suerte de un viejo gallo de pelea…)
Los escritores suelen realizar extraños
oficios además de su escritura, en cada escritor es dable encontrar a un gato
volador: Abel Prieto es, en La Habana, ministro de Cultura.
(Una novela juvenil, sentimental. ABC Cultural, noviembre de 2000)
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