Con la pérdida de Miguel volví a deambular por las calles de La Habana. Un día conocí a un hombre de cierta edad; se mostró muy amable y me llevó a su casa. Era pintor y se llamaba Raúl Martínez. Se convirtió en mi amante y yo volví de nuevo a hacer mi papel activo en el sexo, que era lo que complacía a Raúl y, por otra parte, yo me sentía bien de cualquier manera si la persona me gustaba. Raúl era una especie de padre para mí; me enseñaba cosas que yo desconocía en arte, en pintura, en literatura. Vivía con alguien que había sido su amante y ahora era su amigo; un dramaturgo de segunda categoría que en aquel momento gozaba de cierta fama, porque había hecho unas melopeas más o menos laudatorias al régimen. Abelardo Estorino se llamaba.
(Antes que anochezca. Tusquets, 1992)
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