Friday, February 13, 2015

Rufo Caballero vs. Duanel Díaz (2)

¿Conocen ustedes a alguien llamado Rufo Caballero? No podrían reconocerlo, porque no existe. Acaban de invisibilizarlo. Rufo Caballero no existe: todos sus libros son horrendos; sus artículos y ensayos, intransitables, al punto de que el ser a quien hemos cuando menos leído durante años, no existe. Es una invención de nuestro pesar.
   Un joven alquimista consiguió la desaparición, con un artículo imposible, titulado Las tres manías de Rufo Caballero.
   ¿Por qué imposible?
   Porque carece del menor matiz, porque la exasperación del articulista lo conduce a borrar cualquier proporción en el análisis, y porque sencillamente no puede existir alguien a quien no le alcance ninguna vida para pagar su necedad. Ah, cuánto tenemos que agradecer a esta nueva entidad reveladora, duende esclarecedor. Tal es el apremio por borrar a Rufo Caballero del mapa, de este mapa, que si en su primer artículo el duende reconocía -ciertamente muy de pasada-, un par de virtudes en el ensayista, ahora nos aclara, en un súbito de franqueza, que aquello era hipocresía. Que todos los campos del odio no bastan para castigar a la vergüenza de esta ínsula.
   En realidad me he divertido a mares con el texto del duende; siento que la definición de las tres manías le ha quedado estupenda. Y otra baza para su escozor: ninguna de las tres me molesta. He gozado con la gracia que sin duda tiene este muchacho para zaherir, para pretender el confinamiento a los campos del olvido. Es una pena que él nada decida, porque lo tiene todo muy claro. En su despedida pop, de un grotesco banal, entre carcajadas contenidas aguarda por esta respuesta: una carta sin la menor aspiración académica, en tanto el caso ha dejado de merecer toda gravedad, y porque el tiempo es oro.
   El duende termina su diatriba entre carcajadas retenidas, y el lector concluye con una sonrisa desplegada. ¿Por qué? Porque el artículo no logra el efecto acumulativo que pretende, demuele y demuele, y sin embargo en el resultado se transparenta que el propósito de descaracterizar pesa más que la argumentación.

(La miseria. Carta abierta a Jorge Luis Arcos y Enrique Saínz. Unión)

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