La actividad interesada de un titulista del New York Times (no importa si un vulgar malandrín con deseos de vender más ejemplares, un guardián de la doctrina que introduce en el texto ajeno su ideología personal o un alma solidaria con ese amplio sector al que se le llama los negros cubanos) ha provocado escándalo en aquella zona de la intelectualidad cubana que, de manera habitual, se dedica a los estudios sobre racialidad. La falta de ética que significa cambiar el sentido absoluto de una oración para convertirla en su contrario, no sólo ha rebajado al nivel del suelo el prestigio del mítico periódico, sino que expone el vientre de este tipo de periodismo: un simple libelo con dinero que presentó una tardía excusa formal por el procedimiento únicamente después de la democión de Zurbano de su antiguo puesto como director de la editorial de la Casa de las Américas.
En Cuba, del lado opuesto de la ecuación y como en un alucinante juego de espejos, las cosas tampoco han ido mucho mejor; primero porque ante la publicación de un texto cuyo título fue considerado ofensivo (“Para los negros cubanos la Revolución aún no ha comenzado”) a nadie se le ocurrió cumplir con el más elemental principio periodístico que enseña a comprobar la noticia. Dicho de otro modo, a la violación de toda ética por parte del titulista del New York Times (quien falsificó el título (“Para los negros cubanos la Revolución aún no ha terminado”), la publicación cubana La Jiribilla responde con una nueva violación de la ética profesional al organizar o dar cabida a una batería de respuestas discursivas (artículos de 8 intelectuales cubanos) sin tan siquiera asegurarse de que la acusación respondía a motivos verdaderos.
Desde este punto de vista duele tanto como horroriza pensar que (puesto que es algo que pudiera suceder a cualquiera) que hubiese bastado un telefonazo a Roberto Zurbano, autor del texto y –para colmo– colaborador de La Jiribilla misma, para matizar las respuestas. No sólo la publicación no consultó a Zurbano si era cierto o no lo aparecido en el periódico neoyorkino (en particular, el agresivo título), sino que tampoco lo hicieron los que escribieron en su contra, varios de ellos sus compañeros en la lucha contra el racismo en la Cuba de hoy.
Puesto que, según lo anterior, esta historia comienza con la falsificación de una noticia (la del título) y termina con la ocultación de otra (la de la nota), las cosas suceden de modo que los contrarios se complementan para dañar la profesión del periodismo con resultados particularmente destructivos: ambos órganos de prensa actúan como libelos baratos que implícitamente propone que mentir, en pos de un objetivo ideológico, es una actitud correcta. Además de ello, para que la vergüenza sea todavía mayor, al pasar –en el plazo de horas- de compañeros de lucha de Zurbano a críticos acerbos (e incluso ofensivos) sin que haya mediado la más pequeña comunicación entre ellos (vuelvo a pensar en lo sencillo que hubiese sido rebajar la beligerancia con sólo preguntar a Zurbano si el título era realmente de él), los intelectuales que con tanta presteza le criticaron (en un desagradable bloque rápido) prácticamente han reducido a cero la credibilidad de esa misma lucha antirracista que, con manos en el fuego, juran defender porque no se puede ser un líder ético y no ético a la misma vez.
(Dolor, alegría y resistencia, La Jiribilla, abril 2013)
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