Pavón, que en su entrevista parecía el buen señor mayor de la puerta de al lado, repasó sin detallar su carrera política al frente de un mundo cultural que por poco deshizo, obrando como un buen soldado bajo las órdenes de otros personajes a los cuales representó con mano dura. Al final de su programa, la voz de la locutora insistía en destacarlo como una figura a la que se le recordará por su condición de intelectual de infinito compromiso revolucionario. Si esa es la tónica que tendrá el programa, si esa es la línea de selección por la cual podremos saber o no quiénes merecen o no ser elegidos para alzarse ante el público televisivo como figuras de referencia, vale preguntarse por qué el organismo que produce esa clase de espacios no prefirió entrevistar a Roberto Fernández Retamar o Graciela Pogolotti, por poner sólo dos ejemplos de intelectuales que no sólo poseen una obra de muchísima mayor firmeza, merecedora del Premio Nacional de Literatura, y para los cuales el compromiso con la Revolución ha sabido resolverse en formas mucho más pródigas de lo que entendemos como cultura y diálogo. Claro que también valdría preguntarse por qué no pueden ser otros los invitados a Impronta. Por qué la selección, entre nosotros, para esos espacios, trae consigo una resaca que, a la vez que elige a unos, evidentemente impone a otros una cuota de silencio o invisibilidad rampante.
La resurrección de estos cadáveres es un síntoma que, leído en secuencia, puede y debe provocar reflexiones e inquietud. Si la cultura cubana es consciente de su pasado y su tradición, si en verdad está apta para revisitarse y comprender lo que es, por encima de sus logros reales, no los triunfalistas, y los errores que la han traspasado; estas presencias no deben ser recibidas con indiferencia. Las víctimas de lo que, como mando de censura y parametración organizaron Serguera y Pavón, debieran sacudirse el polvo y el lodo que este regreso les echa encima, y levantarse con voz de alerta. Lo que implica el que tales nombres ocupen espacios principales de la televisión, ganen una atención y una promoción que otros de mucha mayor valía y trascendencia no poseen, es un signo grave que puede desatar otras preocupaciones. Repasar sin asomo de respeto el pasado cultural cubano, sin la debida delicadeza ni la conciencia real de lo que ahí se acumula; es lo que parecen introducir entre nosotros, como penosa actitud, estos acontecimientos. Espero que la vergüenza propia de quienes sufrieron esos desmanes se alce y no acalle la indignación que ha corrido por las calles habaneras, por la discreta ciudad letrada cubana, tras estas fantasmagorías que hemos debido ver, sintiendo el golpe de lo que se llama "pena ajena". Sería una actitud que dignificaría y nos recordaría el modo en que la cultura, para ser manipulada, debe ser ante todo un valor moral y de dignidad regeneradora. Teniendo en cuenta, sobre todo, que muchos de esos que fueron alejados de su quehacer durante el quinquenio gris bajo el mando de Serguera y Pavón, aún esperan una disculpa real y palpable por lo que debieron padecer.
(Circulado en la red, enero 2007)
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