Quienes probamos alguna vez con al menos uno de esa decena de libros publicados por José Miguel Sánchez Gómez, abdicamos muy pronto con una determinación que olía a Mark Twain: “Cualquier librero vacío es de por sí excelente por tal de no contener los libros de Yoss”.
Eso lo sabíamos, lo decíamos, lo burlábamos, aquellos jóvenes creadores, lectores, artistas de pacotilla o de facto, faranduleros y casi siempre trova-rockeros, que leíamos hasta la guía telefónica cuando se acababa cualquier literatura que despilfarrar.
Reírnos del Yoss, del egocentrismo injustificado del Yoss, de su personalidad nerviosa y pretendidamente auténtica, era una especie de deporte obligatorio entre los “alumnos” (a falta de un mejor término) del capitalino Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”.
En ese entonces, aún no sabíamos cuán peligroso podría llegar a ser. Quizás habría que partir de ahí para entender qué grotesca motivación, qué oculta hediondez de occipital, pudo llevar a este artesano de la escritura a escribir semejante panfleto de maldad mal camuflada.
José Miguel Sánchez Gómez tiene 44 años, 11 libros publicados, y ni un solo un lector. Ni uno solo. No conozco a nadie que, si lo hace, confiese leer libros de Yoss. Y yo (como León Felipe) conozco a muchos lectores de muchas cosas. Incluso malas. He conocido lectores de Abel Prieto, por ejemplo. Pero no de Yoss.
(Diseccionando la garganta profunda del Yoss, Blog Café Fuerte, marzo 2013)
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