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Monday, August 24, 2020

Roberto González Echevarría sobre Miguel Barnet

Escribí un ensayo sobre Biografía de un cimarrón, libro que admiro (casi) todo; y en 1978, cuando el Diálogo, me encontré con Miguel en una recepción de la UNEAC, de la cual todavía no era presidente. Nos llevamos bien y a él le encantaba mi ensayo. Él era, además, amigo de Lourdes Casal y algunos otros de Areíto. Miguel era entonces el escritor díscolo, atrevido, marginal, que había sobrevivido una década de ostracismo, en parte por ser homosexual. Resultaba atractivo en medio de la solemnidad de otros, como Roberto Fernández Retamar, cuya obra me pareció siempre insignificante (él se daba cuenta y yo lo traté siempre con alguna ironía). Miguel me citaba en Cuba, cosa que sólo Rogelio Rodríguez Coronel también hacía, y conocía a Severo Sarduy. En los noventa, cuando yo iba a Cuba para trabajar el libro de pelota, Miguel me hospedaba en el mismo edificio donde él vivía, al cruzar la calle de lo que había sido la CMQ y del Hilton, y consiguió que me dieran acceso a todo, incluso al Palmar del Junco, en Matanzas, el terreno donde la mitología nacional dice que se jugó el primer juego de béisbol en Cuba. En la Biblioteca Nacional siempre tuve a Araceli García Carranza, a quien adoro y que es el mejor bibliotecario y bibliógrafo que ha dado Cuba. Me di banquete con las publicaciones de la segunda mitad del siglo XIX, donde descubrí que la pelota y la literatura se desarrollaron juntas en la isla.

   Esa amistad con Miguel perduró hasta que salió mi libro sobre la pelota en 1999. Desde entonces no nos vemos y él se convirtió en un muy visible adepto del régimen. Salía en fotografías con Raúl Castro. Lo hicieron presidente de la UNEAC y hacía declaraciones oficiosas. Yo creo que llegué a conocer bien a Miguel y pienso que todo eso era de la boca para afuera, que a él sólo le interesa la política por lo que pueda darle. Hace unos pocos años me escribió diciéndome que tenía en la mano visas para mí e Isabel, mi mujer. Isabel había salido de Cuba a fines de los cuarenta y tenía una foto suya, de niña, sentada en el muro del malecón. Yo le había dicho a Miguel que quería llevarla allí y sacarle una foto. Pero el trato era que yo permitiera que mi ensayo sobre Biografía figurara como prólogo a unas obras completas suyas que la editorial Ayacucho de Venezuela iba a sacar. En seguida me escribió la editora venezolana pidiéndome el permiso y una breve biografía y bibliografía de Miguel. Le contesté que no lo iba a hacer, y a Miguel le expliqué que, aunque amigos, había grandes diferencias políticas entre nosotros. Lo que no le dije es que yo no le podía dar mi aval a toda su obra. De lo de las visas nunca supe más.

 (Entrevista con Roberto González Echevarría. Rialta Magazine, mayo 2020)

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