La Marina está amargada, se
queja amargamente. Y lo hace con las mismas lágrimas de los nobles franceses
del XXVIII y de los nobles rusos del XX. Es evidente que este periódico ha
llegado a su etapa lacrimosa, esa etapa final en que puesto frente al muro de
las lamentaciones, sólo queda llorar. Y lo peor de todo, lo más patético es que
sus propias lágrimas terminarán por ahogarla. ¿No resulta chistoso que sea
precisamente en La Marina donde están con el agua al cuello?
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