Pero las servidumbres del poder son
implacables. Liman las virtudes como esmeril del ocho. Comentan que has estado
enfermo, incluso que has enfermado de poder e intentado dimitir; pero te
enrolaste en una tripulación que no admite deserciones. Cuando se sirve a un
Dios omnívoro y omnímodo, el sacerdocio es irreversible. Aunque se hagan votos
de fe, abandonar los hábitos es herejía, y ser excomulgado en un Estado confesional
es peor para la salud que el tabaco, aunque la cajetilla del cargo no lo
advierta.
Te deseo sinceramente que recuperes la
salud, incluso la política, aunque de lo segundo me quedan pocas esperanzas. Me
temo que tus palabras recientes en Madrid sean síntomas irreversibles,
terminales.
Una cosa, Abel, son esas mentiras,
promesas incumplibles, adulaciones huecas y fervores plásticos que todos los
políticos pronuncian sin ruborizarse, y otra muy diferente es tratar como
imbéciles al personal a golpe de patraña, o alcanzar la infamia afirmando que
Raúl Rivero y los otros disidentes “hubieran sido asesinados en la cuneta en
otro país”.
¿Por qué no reconocer que en otro país
Raúl Rivero y sus compañeros habrían ejercido la oposición y el periodismo sin
sobresaltos? ¿O Cuba ha caído tan bajo que debemos vanagloriarnos de pasar
menos hambre que en Rwanda y asesinar menos periodistas y opositores que en
Colombia?
Si no fuera infame, esa afirmación sería
francamente patética. ¿Cómo se puede afirmar sin rubor que en Cuba Cabrera
Infante no ha sido prohibido, que consta en los diccionarios y en las
bibliotecas públicas? ¿No habría sido más elegante reconocerle el carácter de
antagonista político y sus méritos literarios, sin mayores apostillas?
A veces el silencio es muy recomendable,
Abel. No se puede hablar impunemente de Cuba como plaza sitiada en “guerra
terrible” contra Estados Unidos, primer suministrador de alimentos de la Isla,
cuando el propio Fidel Castro ha reconocido la utilidad política del embargo; y
menos tildar a los 75 de la primavera de 2003 como agentes extranjeros,
habiendo sido publicadas las actas de los juicios, documentación para la
próxima historia universal de la infamia.
¿Era necesario, además del escarnio a
que fue sometido, mancillar la memoria de Heberto Padilla, un poeta más
merecedor del Premio Nacional de Literatura que muchos a los que has agraciado
con el Gordo de la Lotería Literaria? ¿O tildar de “ignominioso” a Gastón
Baquero, uno de los grandes poetas cubanos de todos los tiempos, quien murió
sin rencor en Madrid, memorando lo que nos une, obviando lo que nos separa?
¿Cómo se puede asegurar que en Cuba no existe el delito de opinión cuando está
explícitamente recogido en la Ley Mordaza, o que “el nuevo escenario cultural
no excluye a los disidentes”, sin aclarar que te refieres a los talleres
literarios que se celebran en el Combinado del Este?
Hablar de que no existe censura en la
Isla, sino un “canon literario cubano”, es tan cínico que roza lo ingenioso.
Tenemos que reconocerlo, Abel, en Cuba el arte del eufemismo ha alcanzado un
grado de virtuosismo que no se veía en esta lengua desde el Siglo de Oro: la
crisis se llama Período Especial, a un Estado monoteísta y confesional se le
llama democracia participativa (sin aclarar que sólo uno participa), la censura
es canon, los disidentes son agentes y los agentes son héroes, el picadillo es
“enriquecido” (no con más picadillo) y la masa cárnica es “ampliada” (no con
más carne).
Ahora nos ofreces la noticia, Abel, de
que en Cuba han logrado separar el talento de la política. Si te refieres al
canciller cubano y otros talibanes de su camada, me alegra que coincidamos.
Pero no. Tu buena nueva es que en la Isla a los creadores no se les juzga por
sus ideas políticas; es decir, que ahora “dentro de la revolución, todo” y
“fuera de la revolución”, todo también. Deberías comunicar la primicia no sólo
a los madrileños, sino a los habaneros. Y diles también que “la cultura cubana
se ha recuperado de la crisis”, aunque ahora mismo no recuerdo cuándo
anunciaste que estaba en crisis. En eso el diccionario de la RAE es categórico:
no se puede salir de un sitio sin antes haber entrado.
Es curiosa tu afirmación, Abel, de que
existe una “censura literaria” que prohíbe a Zoè Valdés no por razones
políticas, sino de calidad. En ese caso, imagino que los censores literarios,
antes de pasar por sus filtros a los escritores de allende los mares, hayan
practicado con los del patio. Por eso, tras revisar en mi memoria muchas
ediciones Manjuarí y Contemporáneos, por ejemplo, me inclino a sospechar que se
trata de libros apócrifos publicados por la mafia de Miami para desacreditar la
solvencia estética de los censores cubanos. E incluso, que los nombres de
algunos autores que se repiten en la bibliografía de la Isla no sean sino
seudónimos de agentes de la CIA echados a rodar por el Imperialismo.
Perdona si tiro a relajo algunas de tus
afirmaciones, Abel, pero es que a veces me da la impresión, por los discursos
de los funcionarios cubanos en Europa, que no son suficientes las nueve horas
de vuelo para percatarse de que han arribado a otra realidad, que los
noticiarios y los periódicos aquí escarban la noticia desde diferentes
perspectivas, que no existe un Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR)
que tamice las noticias aptas para todos los públicos, y que la gente tiene
acceso libre a Internet, no sólo a una intranet perfectamente esterilizada.
Al hablar ante un público libre, Abel,
hay que ajustar el calibre de las mentiras. No se le puede aporrear con la misma
retórica que a una audiencia cautiva. Quizás por esa razón Joaquín Sabina, que
jamás se ha atenido a la consigna, hizo mutis por el foro a mitad de tu
intervención.
Comprendo, Abel, que el poder exige
inexcusables servidumbres. Incluso comprendo que los cubanos de nuestra
generación, que crecimos aceptando como natural una retórica hueca, practicando
la doble moral, estableciendo compartimentos estancos para la verdad íntima y
para la pronunciable, podemos adaptarnos mejor a esa política adivinatoria, meteorológica,
donde la tasación del político depende de su capacidad para predecir con un
buen margen de antelación los deseos inconfesos del amo. Más preparados, desde
luego, que la generación adulta en 1959, que venía de una tradición
republicana, habituados a ser dueños de sus ideas, rebelarse si les castraban
sus derechos, asumir las consecuencias de sus actos y ganarse la vida por su
cuenta y riesgo.
Quiéraslo o no, Abel, a nosotros nos
criaron como animales de granja. Y cualquier vaquero te confirmará que es más
fácil ensillar a un potrico de batey que a un caballo salvaje de los que había
en Cayo Romano antes que se inundara de turistas importados.
Aun así, no logro alejar esta tristeza
letalmente mezclada con una buena dosis de lástima, ni la idea de que la
literatura cubana está sufriendo cuantiosas bajas: tras Benítez Rojo y Cabrera
Infante, quien firmaba sus crónicas cinematográficas como Caín, se nos está
muriendo Abel. Al menos el Abel que un día conocimos.
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