Thursday, December 1, 2016

Luis Cino vs. Lisandro Otero y Pablo Armando Fernández

“Mapa dibujado por un espía” es la asfixiante crónica de la desilusión, la decadencia de una ciudad y un modo de vida, el miedo, la simulación, la delación,  la degradación, la inevitable paranoia resultante de no saber quién es quién.
   Muchos de los amigos de Cabrera Infante lo traicionaron después que se exilió,  abjuraron de él. Algunos ya en esa época, en que era poco menos que un secuestrado, se prestaban, por miedo, por envidia, por celos,  por lo que fuera,  a vigilarlo y delatarlo.    Lamentablemente muchos de ellos ya no viven, para que al leer este libro recordaran cómo eran entonces y cómo sus vidas empezaron a transformarse en un infierno,  consecuencia inevitable de haber vendido el alma al Diablo.
   Pienso particularmente en el ya fallecido escritor Lisandro Otero. Uno llega a dudar si el personaje con ese nombre que aparece en el libro, disfrutando de la playa en Varadero, o en la casa de Carlos Franqui o cualquier otro de los amigos communes, compartiendo lo que había, lo poco que iba quedando, y hasta haciendo chistes que los mal pensados podían interpretar como contrarrevolucionarios, es el mismo que unos años después se ahogaba de rencor cuando hablaba de Cabrera Infante.
   Muchas veces  se le escuchó acusar al autor de “Tres tristes tigres” de plagiar a Faulkner. Definía la obra de su antiguo amigo como “trozos de historietas, narraciones truncas, prosa inconclusa sazonada con ejercicios de pastiche, parodias acrobáticas, laberintos gratuitos, pésima y oscura sintaxis, supercherías gratuitas, alguna que otra agudeza, comadreos de aldea, bromas demasiado escuchadas”.
   En plan de Sumo Literato, Otero reprochaba a Cabrera Infante  “una acumulación verbosa y deshumanizada”, que según concluía, “no era verdadera literatura, sino fuegos de artificio”, y decretaba en vano su “anulación por el desarraigo”.
   Hablaba muy mal de Lisandro Otero su encono excesivo y enfermizo contra su antiguo amigo. No puede uno evitar sentir lástima por alguien capaz de sentir tanto resentimiento.
   Pienso también en Pablo Armando Fernández. No logro conciliar la actitud del poeta temeroso luego de ser tronado de su puesto diplomático en Londres, que cuidaba no solo lo que hablaba, sino también el largo de su pelo  y el ancho de las patas de sus pantalones, porque no quería tener problemas, que refiere Cabrera Infante, con la del poeta que presume de su amistad con Fidel Castro, quien lo rehabilitó, dejó que le confirieran el Premio Nacional de Literatura y la correspondiente pensión en divisa y hasta le celebró su cumpleaños 60 por mediación de Miguel Barnet, otro bien rehabilitado.
   El autor de “Los niños se despiden” ha lamentado no haber tenido con Fidel Castro “una amistad en el sentido de compartir el tiempo que para eso se necesita”. Con Cabrera Infante sí tuvo ese tiempo y esa amistad. Y sin condicionamientos onerosos. Tal vez por eso no se ha sumado a los detractores. Solo que prudentemente evita hablar de esa vieja amistad.
   Suelo tropezarme con Pablo Armando Fernández en sus habituales caminatas matinales  por la Quinta Avenida de Miramar. Siempre que nos saludamos, tengo que resistir la tentación de comentarle el tema. Pero no lo hago. No lo haré. Respeto demasiado a los poetas de verdad. No vale la pena molestarlos con  impertinencias.
   Supongo que Pablo Armando Fernández, Antón Arrufat y los demás amigos de Cabrera Infante que estén vivos,  cuando lean “Mapa dibujado por un espía”, sentirán un salto en la conciencia por no haber sido más dignos y mejores. Tal vez sea tiempo todavía para poner en claro sus cuentas. Al menos con ellos mismos.

(Mapa dibujado por muchos espías. Cubanet, agosto 2014)

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