Como no hay crítica de poesía en Cuba, todo puede
suceder, y sucede. Y los poetas saben que uno tiene dos deberes en cuanto
artista: primero, crear, crear, crear; luego, gestionar lo creado, para que se
incorpore realmente al mundo que vivimos.
Si hubiera crítica verdadera, de la buena, el riesgo
sería menor, pues habría un ojo agudo y honrado juzgando los empeños,
acomodando las miradas, preparando los deslindes, alzando las jerarquías.
Pero la que hay, la escasa que hay, está bajo
sospecha: es saludo de amigos, de compañeros de generación, de cofrades
estéticos, de anotadores emergentes de los nuevos postulados.
Y aquellos que muchos consideran críticos de poesía,
que se pueden contar con los dedos, no lo son en buen castellano, sino
investigadores atentos de lo ya sancionado, que tienen sus parcelas de gusto y
sus nóminas inamovibles.
Y ya los poetas han aprendido mucho, no sólo de
literatura, de lo que es obligatorio saber hasta lo infinito, sino de la vida
literaria, que es saber de vida o muerte, pues si no se tienen los ojos
abiertos puede perderse íntegramente una vocación.
Siempre fue la propia creación material ineludible
de escritura, pero hoy, dadas estas circunstancias dramáticas del entorno
social de la expresión, la literatura se mira el ombligo con suma frecuencia.
Ya no basta intuir y cantar, sino que hay que saber para empujar la intuición
hacia delante.
Y ciertos teóricos literarios, o de la cultura en
sentido general, parecen proveer el pensamiento que muchos poetas no son
capaces de generar en la modelación de su propio mundo, con lo que la carreta
ha adelantado a los bueyes.
Los poetas legítimos pueden apoyarse en ese humus,
por supuesto, y es muy productivo hacerlo, pero las demandas pujantes de su
mundo interior les dictan profusamente las coordenadas de su ideología
estética.
Ha de decirse otra peculiaridad de nuestro entorno
poético, y es cómo se han teñido axiológicamente determinados instrumentos,
castrando la mirada y creando espejismos que impiden valorar con justicia.
En toda buena aula de poesía (que es necesario que
también las haya, es obvio) se sabe que existen el verso pautado, el verso
libre, el fraseo, la prosa poética, la línea textual donde ya reina lo
reconstructivo y lo llamado experimental…
Y algunos confunden esto con un vector de progreso
artístico. Es como si de una modalidad a otra se fuese siendo más poeta, más
moderno, más genuinamente explorador.
Hay conciencias estéticas, sobre todo en aquellas en
que la farándula desempeña un papel importante, y en las que ese simulacro del
arte que es ese tipo de vida constituye un espacio altamente legitimador, en
las que una décima o un soneto pueden ser vistos como entes retrasados y
abominables.
(El sentido de
atormentarse. Prólogo a “Atormentado de sentido”, de Ronel González Sánchez,
2007)
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