En su reciente y brevísimo artículo
negador de la paternidad martiana del cuento “Irma”, reconocida por mí y por el
Centro de Estudios Martianos desde el año 2000, el profesor Jorge Camacho, de
la Universidad de Columbia en Carolina del Sur, ha realizado una labor que
desdice mucho de su condición de académico, de su polémica bibliografía y de su
dedicación —que no vamos a juzgar ni calificar aquí— al estudio de la obra y el
pensamiento de José Martí.
Con una ligereza extrema impropia en un
profesional de su fuste, no solo intenta desautorizar a un especialista que
durante un cuarto de siglo trató de buscar pruebas suficientes para demostrar
la paternidad martiana del cuento en cuestión y que mientras no las consiguió
se abstuvo de publicar sus conclusiones, sino que también la emprende contra la
institución cubana —el Centro de Estudios Martianos— que puso “por todo lo alto
esta investigación” cuando, una vez obtenidos y dados a conocer los elementos
probatorios de esa paternidad en su Anuario, incorporó el cuento
a la edición crítica de las Obras completas de Martí a su cargo. Y hasta
parece haberle molestado que Encuentro
en la red publicara, en su momento (momento que,
recuerdo, ocurrió hace ya más de quince años), “la noticia del supuesto
hallazgo”. ¿Por qué semejante reacción a estas alturas? Me lo pregunto y se lo
pregunto a Jorge Camacho. ¿Cuándo entró en contacto él con el libro de Santiago
Pérez Triana en que éste, mientras no se demuestre lo contrario con pruebas
fehacientes que Camacho no ha aportado, “plagió” a Martí al incluir a “Irma”
como cuento suyo en sus Reminiscencias
tudescas (1902),
siete años después de que Martí hubiese caído en combate en Dos Ríos, o sea,
cuando no podía defenderse de semejante tropelía del colombiano? ¿Conoce el
académico Camacho las estrechas relaciones de colaboración entre Martí y Pérez
Triana en la New York de la década de 1880 que tal vez ayudarían a aclarar más
el asunto? Son algunas de las
preguntas que me hago y le paso a Camacho para que las responda si lo estima
pertinente, en esta u otra publicación.
Mi intención en estos apuntes que
desearía realmente breves (no como las siete amplias páginas en que resumí mis
criterios demostrativos de la paternidad martiana de “Irma” en el Anuario
del Centro de Estudios Martianos, y que Camacho califica de “breve
nota”), es no solo exigirle a Camacho, con pleno derecho porque mi trayectoria
profesional como académico cubano ha sido puesta por él, públicamente, en
entredicho, una aclaración y/o rectificación de sus escamoteadoras y
manipuladoras interpretaciones de las pruebas aportadas por mí y asumidas por
el Centro de Estudios Martianos en torno a la autoría martiana del cuento
“Irma”.
Comencemos por aclarar que las llamadas
por Camacho en su nota “razones” ofrecidas por mí no eran tales, sino aspectos
de la “conclusión principal” de los apuntes en que se presentaba el cuento y
que él mutila a su antojo para “arrimar la brasa a
su caldero”. Veamos. Al referirse al primero de esos aspectos limita lo
expresado a la idea de que Martí residía desde hacía varios años en New York, y omite que allí “desarrollaba una intensa
actividad literaria, periodística y político-revolucionaria”; en cuanto al
segundo, silencia igualmente
la parte final, donde se afirmaba, sobre las relaciones entre Martí y el
director de La Lotería, que el primero
“finalmente parece haber[lo] exonerado de culpas [en 1887] en torno a su
actuación en los sucesos del 27 de noviembre”; en el tercero suprime otra vez el final, donde se
manifestaba, respecto de otro texto martiano aparecido en La
Lotería (1888),
que este salió “mutilado en la parte en que criticaba males sociales” [es
decir, Triay sabía bien quién era Martí y qué podía o no publicar en su
revista, en medio de la censura que sufría la prensa entonces]; y por último,
tras repetir lo ya expresado en la presentación en cuanto a su no inclusión en
las Obras completas, se lleva de un plumazo lo que
seguía: “sino que se ha[bía] obviado en cuantos estudios sobre su producción
narrativa se han hecho hasta el presente [entiéndase, 2000], sin que se hayan
aportado elementos para esta desatención”.
Hasta esta parte de la nota de
presentación en el Anuario del Centro de Estudios Martianos llegó Camacho en su intencionada
desinformación a los lectores de CUBAENCUENTRO. Pero, y he aquí una evidente y
burda manipulación suya, no incluye, porque echaría [y echa] por tierra su desvirtuadora
hipótesis de que el cuento es de la autoría de Santiago Pérez Triana, lo
manifestado en aquella presentación en el sentido de que “en la primera página
del ejemplar [del diario bonaerense La Nación donde Martí colaboraba
asiduamente desde hacía varios años] del 20 de diciembre de 1884, aparecía
‘Irma’, con la indicación al pie ‘Nueva York, noviembre de 1884’ y firmado con
las iniciales ‘J. M.’.” El hallazgo no lo realicé yo, sino el investigador del
Centro de Estudios Martianos Ibrahim Hidalgo de Paz. Pero esta resultó ser,
precisamente, la prueba que por veinticinco años estuve tratando de hallar.
Entonces no hubo duda para nadie de que el cuento pertenecía a nuestro José
Martí y que debía ser yo quien lo presentara a los lectores del Anuario
del Centro de Estudios Martianos. En
aras de no hacer más extensas estas notas omito aquí interrogantes que entonces
dejé planteadas para indagaciones futuras.
Ante dos publicaciones de sitios tan
distantes como Buenos Aires (1884) y La Habana (1885) en que apareció el cuento
con las iniciales y el nombre completo de José Martí, respectivamente, y en
ambas con la indicación “Nueva York”, ¿qué elementos puede aportar Camacho para
negar esa paternidad y atribuírsela al hoy prácticamente desconocido colombiano
Santiago Pérez Triana? ¿Que “Lo único que falta en la versión que se le
atribuye a Martí es el primer párrafo del cuento, la cita en alemán que lo
encabeza y algunas[destacado por mí.
R.L.H.O.] frases que están modificadas”, según manifiesta él? ¿Por qué no se le
ha ocurrido al académico de la Universidad de Columbia (Carolina del Sur)
plantear lo contrario, o sea, que tal vez Pérez Triana conoció el cuento de
Martí en alguna de las dos versiones hasta el momento localizadas (aunque no
dudamos que pueda haber sido en alguna otra), consideró que se avenía con los
propósitos de sus “Reminiscencias tudescas” (y además le aportaba otro tono al
volumen porque su protagonista era la única mujer frente a los hombres de las
seis restantes. No por gusto le cedió el primer lugar en la colección), lo tomó
y le hizo, entre otras muchas (no “algunas frases”, como afirma
Camacho) modificaciones, aquella que ubicó la acción en un lugar bien conocido
por él (Leipzig, donde había estudiado) y no en la imprecisa “ciudad del norte
de Alemania” del original martiano?
O sea, hablando del modo más claro
posible, Pérez Triana “adornó” el cuento de Martí para que su plagio —porque,
al menos para mí, no hay duda de que se trata de esto—quedara oculto.
Recuérdese que el libro de Pérez Triana fue editado en 1902, o sea, siete años
después de la muerte de Martí. Mientras el académico Jorge Camacho u otro
investigador no encuentre ese cuento “Irma” firmado por Santiago Pérez Triana
en una publicación de fecha anterior a las de las versiones firmadas por José
Martí en La Nación y en La Lotería, el cuento debe
ser considerado de José Martí.
No parece serio, menos en un académico
con varios libros publicados, tergiversar las ideas de un colega de profesión,
ocultar elementos probatorios de sus aseveraciones, escamotear, a los
ejecutivos y lectores de la publicación en que expone sus criterios, algunas
informaciones de las fuentes negadas que, ciertamente, contradicen de modo
claro sus planteos. Tergiversa mis ideas Camacho también cuando expone, por
ejemplo, que yo me había preguntado en mi dilatada investigación en torno al
cuento si Martí habría ido a estudiar a Alemania, cuando en realidad expresé en
mi presentación que había realizado “averiguaciones sobre una posible visita de
Martí a Alemania”.
Como quiera que Camacho utiliza a su
favor valoraciones de Juan Valera en su prólogo a Reminiscencias
tudescas, que no voy a comentar en ningún sentido por no parecerme
pertinente y acorde a mis objetivos en estos apuntes, y aunque al inicio
prometí brevedad, no puedo obviar citar in extenso la parte de mi presentación en que
reflejaba los modestos primeros resultados de mi indagación (que Camacho ni
siquiera menciona) para “tratar de ubicar a ‘Irma’ en el contexto de la
narrativa hispanoamericana y contrastar sus rasgos definidores con textos
narrativos tempranos de otros escritores modernistas”. Decía allí:
[…] Martí, al igual que otros
modernistas como Darío —cuyo primer cuento se tituló precisamente “A las
orillas del Rhin” (1885 también,
varios meses después de haber aparecido en La Lotería el que nos ocupa, que sería el segundo
cuento de Martí publicado: el primero fue “Hora de lluvia”, aparecido
anónimamente en Revista Universal de México el 17 de octubre de 1875,
pero indudablemente suyo por las razones aducidas por el Centro de Estudios
Martianos al darlo a conocer en su Anuario, en 1981)—, ubica
esta narración en Alemania; pero su cuento, a diferencia del de Darío —que es
una especie de leyenda medieval sobre amores frustrados (consumados después de
la muerte casi simultánea de los enamorados: familias en discordia), castillos,
secuestro, en un lenguaje nada coloquial— ofrece una historia del presente del
narrador-personaje, también con amores no consumados (¿rechazo en este caso a
la mezcla de dos civilizaciones tan diferentes ya para él?), pero por razones
distintas, y en la que ambos personajes andan en busca de un ideal artístico
que creen se encuentra en Alemania. En el cuento de Martí, además, Alemania,
sus paisajes y personalidades artísticas son sólo el marco, el ambiente, pero
la anécdota podría situarse en cualquier otro lugar del orbe.
Al referirse a “Hora de lluvia”, Luis
Toledo Sande ha señalado algo que podemos ampliar para la posible
caracterización de “Irma” como cuento modernista:
“Todo el texto alcanza una autonomía y
una legitimidad literarias que lo sitúan entre las obras iniciadoras del cuento
moderno en Hispanoamérica, las cuales [...] no acudían ya a pretexto alguno
para justificar su derecho a existir. Desde entonces, además, la individualidad
del autor se sentiría con poder para figurar en un plano a todas luces
preponderante, y para hacer uso de esa prerrogativa sin disimulo alguno. (V. José
Martí, con el remo de proa, La Habana, Centro de Estudios Martianos
y Editorial de Ciencias Sociales, 1990, p. 228)”.
A diferencia también de Darío, que en
este cuento inicial al menos (aunque también en otros), utiliza a menudo un
lenguaje arcaizante y denota una voluntad de imitar el laísmo y el leísmo
españoles (V. R. Lida: Letras hispánicas, 1958, p.
242), así como un procedimiento de enmarcación y articulación (más frecuente en
su producción narrativa total), en el de Martí el lenguaje es claro, con
presencia de algunos giros y expresiones al parecer muy suyas (aunque sin
llegar a la sintaxis característica de su prosa periodística, de gran
complejidad y novedad), sin muestras del laísmo y el leísmo hispanos,
descripciones precisas del entorno físico donde se desarrolla la acción y de
aquel de donde provienen los protagonistas, con elementos de crítica, en
especial para el de Irma, o sea, América del Norte: “lugar de su nacimiento,
cruzado de ferrocarriles y cubierto de edificios monótonos en su modernismo.”
En ninguna de las dos narraciones que
contrastamos se perciben diáfanamente las voces de sus autores, pero ambas
ofrecen destellos en frases y en temas y enfoques que habrán de aparecer (o ya
aparecían en el caso de Martí: “veníamos de las lejanas comarcas americanas, en
donde la humanidad es nueva y la tradición escasa”, “teníamos en nuestros ojos
el reflejo postrero de los soles hundidos, y la fe en el día venidero; todos
los tintes del crepúsculo, todas las luces de la aurora”, por ejemplo) más
adelante en sus restantes textos en prosa o en verso.
Para concluir quisiera expresar que
lamento verme envuelto en esta polémica y no poder acudir ahora a los
materiales originales de la investigación, conservados en mis archivos
personales en La Habana, por hallarme desde hace varias semanas en Estados
Unidos, visitando algunas universidades para realizar presentaciones sobre
otros novedosos hallazgos en torno a José Martí, obtenidos tras intensas
búsquedas diarias en publicaciones periódicas cubanas de la década de 1880
existentes en bibliotecas de La Habana, trabajo desarrollado sin el apoyo
logístico y tecnológico de que se dispone acá. Lamento asimismo tener que
refutar públicamente las inaceptables e infundadas afirmaciones y suposiciones
de Jorge Camacho sobre la indiscutible paternidad martiana del cuento “Irma”
y denunciar sus escamoteos y manipulaciones, su atrevido “ordeno y mando” a los
actuales editores de las Obras completas de Martí [léase Centro de Estudios
Martianos] para que “retiren [a ‘Irma’] de sus páginas y nunca más vuelvan a
mencionar su nombre”, así como sus expresiones francamente ofensivas hacia
personas e instituciones que, como él, se esfuerzan día a día por alcanzar un
más pleno conocimiento del quehacer y del decir de nuestro Apóstol. Disentir,
colega Camacho, es ciertamente sano y productivo, tonifica el espíritu, ayuda a
expandir el saber; pero solo cuando la discrepancia parte de criterios bien
fundamentados y se despliega con rigor y honestidad intelectuales.
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