Friday, October 21, 2016

Eliades Acosta vs. Haroldo Dilla (3)

Ya en República Dominicana, Haroldo Dilla se recicló, sacudiéndose las últimas plumas de pavorreal burocrático, pero manteniendo y acrecentando su malevolencia congénita. ¿Cómo sino explicar que cobrase por adelantado al Archivo General de la Nación, RD$80,000, por preparar una exposición sobre Haití y la frontera, que nunca llegó a entregar? Quien me comentó lo sucedido, persona que tuvo relación directa con el caso, lo recuerda como “un canalla”.
   Pero este dechado de probidad, que vive dando lecciones de pulcritud al prójimo y sermonea inmisericordemente a los revolucionarios del planeta sobre cómo ha de ser la revolución popular; que pontifica sin parar sobre el socialismo del que hace mucho renegó, olvidando sus tiempos de autor de manuales doctrinarios sobre el Materialismo Histórico (lo que por cierto, no figura en la bibliografía autorizada que él mismo publica, con jabonosa mano); que alababa la participación popular en Cuba en su libro de 1993, y batía palmas por la democracia cubana ante la agresividad del gobierno norteamericano, en su libro de 1996, no pudo hallar mejor nicho en el mercado de la apostasía que transfigurase en un risible ángel vengador de la izquierda mundial, arremetiendo contra la Revolución, a la que antes jurase amor eterno, y coincidiendo (¡oh, qué extraordinaria casualidad!) con lo peor del pensamiento de la contra ilustrada Cuba, y sus dadivosos arropadores del Norte.
   Nada nuevo bajo el sol. Desde tiempos de la Guerra Fría, los equipos norteamericanos encargados de lo que George Kennan calificó como “guerra política encubierta”, comprobaron que acarrear para ese propósito a resentidos, defenestrados, desertores y apóstatas era mucho más rentable y eficaz que hacerlo con pensadores y escribanos de la derecha hidrófoba. La Directiva de Inteligencia 13 NSC, del 19 de enero de 1950, del Consejo de Seguridad de Estados Unidos, no en vano llevaba un título más que elocuente: “Uso de los desertores soviéticos y de los países satélites fuera de nuestras fronteras”.
   No olvidemos que desde el interior de estos círculos de “disidentes de izquierda” el sistema fabricó al movimiento neoconservador norteamericano, tropa de choque cuasi fascista, clan de poder político endogámico que acompañó en sus agresiones a Reagan y a los Bush, y al que la humanidad deberá “agradecer”, por carambola, la debacle de Afganistán, Libia, Siria e Iraq, y esa metástasis monstruosa que es ISIS.
   Para apuntalar a este nuevo personaje, Dilla ha asumido con esmero, retornando a su sueño dorado de ser la viuda de Robespierre de la perestroika criolla, la fabricación de un irreprochable pedigree izquierdista, y se pasa la vida metiendo cabeza, e intentando hacerse notar como vocero de una tercera línea, una supuesta opción socialista-democrática en la política cubana. Para su desgracia, pocos lo toman en serio, y cuando alguien acepta polemizar con él, como hizo Carlos Alberto Montaner, es para burlarse de sus ínfulas catequizadoras y balbuceos.
   Desde hace mucho Dilla ha sido plantado por sus mentores en el frente contra la Revolución cubana, pero también contra la bolivariana, y todas las fuerzas y movimientos políticos que intenten cambiar, en la práctica y no de boquilla, la injusticia social reinante, y acometer la tarea titánica, no de salón, de construir sociedades más humanas. Su misión incluye, por supuesto, a las fuerzas y figuras políticas dominicanas, especialmente a aquellas que se destaquen por su apoyo y solidaridad con Cuba y Venezuela.

(Haroldo Dilla y el duro otoño de las comadrejas. 7 días, mayo 2016)

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