Hay una literatura que podría llamarse de
urgencia, en la que el escritor se siente apremiado a
relatar sucesos que para él (o ella) tienen una extrema importancia, porque han
marcado y cambiado su vida. Se trata de una literatura de tono confesional,
narrada en primera persona, que sin ser estrictamente testimonial puede tomarse
como una
ficción autobiográfica.
Este
género (porque de alguna forma lo es), en el que predomina una voz desafiante,
no se detiene en cuestiones de estilo, y parece desmentir el postulado de que
la escritura, y muy en especial la novela, es el resultado de un arduo proceso
de reflexión, revisión y depuración.
El
lenguaje de esta narrativa puede ser tosco, pero nunca pasivo; el impudor,
incluso el desparpajo, nutren e impulsan el caótico relato, pues pocas veces
puede esperarse de estos libros escritos febrilmente un argumento sólido y bien
elaborado.
(…)
Los
peligros del género son evidentes: lo acechan de continuo la falta de rigor,
los tonos estridentes e incluso la incoherencia. Muchos escritores para los que
el lenguaje es un culto sagrado se rebelan ante lo que ellos ven como un ataque
a su oficio, adquirido con penosos desvelos.
(…)
Por
ser auténtica, esa ferocidad que recorre las páginas de la novela de Zoé Valdés
convence y sobresalta; ese resentimiento, esa desfachatez, esa burla grosera y
ponzoñosa se vuelven parte esencial de la sustancia; transforman sus defectos
en virtudes.
(El ser cubano
y la nada. Encuentro de la cultura cubana, No 1, 1996)
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