Wednesday, September 21, 2016

Víctor Manuel Domínguez vs. Abel Prieto

Abel Prieto cabalga de nuevo. No como el autor de dos novelitas de cuyo nombre no puedo recordarme. Tampoco como el ex presidente de una unión de escritores y artistas vendidos al poder más que libros de autoayuda en feria del libro de la Habana, o de reproducciones de “Naturaleza muerta con caudillo” en una exposición de arte comprometido con quién sabe qué.
   Nunca jamás como aquel ex ministro de cultura, mucho pelo y poca idea, quien declaró que los poetas como Raúl Rivero podían ser encarcelados, pero no aparecían tirados a la orilla de una cuneta cualquiera. Ahora, cual una triste figura política, cabalga como asesor cultural del presidente cubano.
   Como señalara el escritor español Arturo Pérez Reverte en su artículo “Pajinas kulturales”, del libro Con ánimo de ofender: “Cuanto más analfabetos son los políticos –en España esas dos palabras casi siempre son sinónimos- más les gusta salir en las páginas de cultura de los periódicos”.
   Aquí en Cuba sucede también. La diferencia es que acá se fusionan las líneas, y los escritores y artistas son declarados políticos por decreto y analfabetos por sumisión. Nuestros intelectuales-políticos lo mismo escriben o cantan a las autoridades, que firman un documento para enviar inocentes al paredón.
   Por eso no resultan extrañas, aunque sí muy cínicas, las palabras de Abel Prieto al diario español El País, cuando expresó: “La idea de que vivimos en un régimen que controla todo lo que el ciudadano consume es una mentira, una caricatura insostenible en este mundo interconectado”.
   Decir eso de una nación donde sus ciudadanos sólo están interconectados, contra su voluntad, a oficinas de registros, expedientes personales, centros de vigilancia, departamentos de seguimiento y control de la Seguridad del Estado y el Ministerio del Interior, o laboratorios de criminalística, es un blof.
   Resultarían patéticas, si no fueran insultantes, las aseveraciones que ubican a los cubanos en un elevado nivel de conexión internacional, cuando aún no se ha saltado la barrera del agro mercado al fogón, y se censuran películas, prohíben libros, persiguen y decomisan antenas a lo largo y ancho del país.
   Según declaró Abel Prieto a El país, “No vamos a prohibir cosas. La prohibición hace atractivo el fruto prohibido, el oscuro objeto del deseo”. Experiencias tuvimos y tenemos suficientes. Desde la prohibición de escuchar a los Beatles, escribirle a un familiar en el exterior, hasta el acceso a internet.
   Al parecer, entre los lineamientos secretos dictados a sus cuadros por el partido comunista para remendar la nación, se encuentra la obligada lectura del poema Los estatutos del hombre, del brasileño Thiago de Melo, que en uno de sus versos dice: “Prohibido prohibir”. En Cuba, ¿sólo hacia el exterior?
   La realidad es que Abel se contradice. Mientras por una parte asegura que no vamos a prohibir, por otra dice que “jamás vamos a permitir que el mercado dicte nuestra política cultural”, cuando se venden desde los espejuelos de Lennon y la boina del Ché, hasta la partitura del Himno Nacional.
   El escudo estratégico contra la penetración cultural diseñado por Abel (bajo las orientaciones de Caín: el Estado), es que se trabaja contra la banalización y la frivolidad, para que la gente sepa discernir, al parecer, entre los textos “exquisitos” de Baby Lores a Fidel, y los subversivos temas de Los aldeanos.
   Es decir, que disfrazado de una exigencia de calidad, sigue el control absoluto de lo que consumen los ciudadanos. No se les prohibirá, sólo se les dará la opción, por el bien de su nivel de apreciación cultural, de ver o escuchar lo que el ministerio de cultura cubano, asesorado por el del interior, programe.
   Entre las propuestas de Abel contra la banalización y la frivolidad, se encuentra un paquete que incluye películas como el Halcón Maltés y Gandhi, el nuevo cine latinoamericano, el Hamlet de Kennet Branag, y un cóctel sinfónico de Silvio Rodríguez, con la Pequeña serenata diurna, aquella delirante canción de “vivo en un país libre/cual solamente puede ser libre…”
   Además, se podrá disfrutar del cine de Woody Allen y otras propuestas que combina “cosas con densidad cultural y material de entretenimiento”, lejos del racismo y la violencia, como si en los films sobre mambises, guerrilleros y soldados internacionalistas se peleara con pasteles, y en vez de sangre, se derramara merengue.
   El oscuro deseo del control general por parte del Estado está intacto. Más allá de los malabares lingüísticos que realizan por dentro y fuera de Cuba los voceros del gobierno. Y sin negar una mínima brecha (fortuita) en lo que se consume, aún estamos muy lejos de optar en libertad por lo que deseamos.
   Cuando Abel se pregunta en su entrevista con El País, ¿qué vamos hacer con El Quijote?, quizás Marino Murillo y compañía le respondan: Mandarlo a dirigir una cooperativa agropecuaria, asesorado por Sancho y Rocinante. O, cuando más, ponerlo a regenciar el paladar La Dulcinea en la isla de Baratijas.

(Políticos por decreto y analfabetos por sumisión. Cubanet, junio 2015)

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