Monday, June 20, 2016

Rafael E. Saumell sobre “El corazón del rey”, de Félix Luis Viera

Cuando tomamos en cuenta las premisas anteriores, se podría llegar a la conclusión de que la novela de Viera puede ser catalogada como muy densa en materia política, que sobran algunos de los comentarios del narrador, que parecen excesivos los berrinches ideológicos de Robertón, que se repiten hasta la fatiga las polémicas con Benito y Maritza; que son largos y reiterativos los episodios dedicados a las colas que hacen sobre todo el Numantino y la Samaritana. Más que narrar hechos en los cuales se involucran los personajes, estos se dedican a comentar lo que sucede en la ciudad por culpa de los gobernantes. De ahí que la mayoría de las acciones son verbales, esto es, se reducen a conversaciones y a narrar las pugnas existentes entre los personajes. Están reducidos a comentar lo que pasa afuera, no tienen ni control ni voz ni voto sobre lo que les ocurre. El gobierno lleva la voz cantante.
   Por eso Robertón, el Numantino y, en ocasiones, la Samaritana se ocupan de desafiar a las autoridades allí donde éstas no pueden ejercer mucha o ninguna influencia. Por ejemplo, lucrar en el mercado negro, hacer trampas en las colas y comprar cualquier cosa que se venda, a especular con los pocos artículos que circulan en la red comercial. Entre tanto, les da por beber cantidades navegables de ron sentados en bares y cabarets de medio pelo, acompañados o no de sus amantes, a acostarse con cuanta mujer lo consienta, caminar y dar paseos a pie, en ómnibus o en taxis dentro de los límites de la ciudad, siempre denunciando lo malas que están las cosas en Santa Clara.
   Ninguno de los personajes le da tregua al lector para que éste pueda apreciar otra cosa que no sea leer las andanadas interminables que ellos arrojan contra el régimen. Lo que se discute sin cansancio es el lado invariablemente feo del país. Con ese tipo de trama y de concepción de los personajes, cualquier obra literaria corre el alto riesgo de ser considerada una tarea narrativa de mucha habladuría y de escasas acciones dramáticas.
   No obstante, a esta objeción podría responderse que la vida en Santa Clara es así de aburrida, predecible y monótona. Casi no hay nada que hacer excepto quizás aventurarse a participar en una de las tantísimas movilizaciones patrocinadas por el gobierno, digamos las tareas agrícolas. En cierto momento, el Numantino y la Samaritana se enfrascan en una competencia –llamada emulación– para cortar cañas de azúcar. Salen mal parados y solo los salvan del ridículo la solidaridad mostrada por los cortadores más diestros.
   La otra tarea programada en las que se meten Robertón y el Numantino tiene que ver con los juegos de béisbol. Sin embargo, ni el uno ni el otro va al estadio para recrearse y apoyar al equipo local sino para poner en marcha un mecanismo de apuestas ilegales.
   Como se ha visto, el narrador no esconde ni sus fobias ni sus rechazos. De manera descarnada y exacerbada destaca en repetidas ocasiones la escasez material, la pobreza, la represión, la discriminación, la persecución contra los homosexuales, las prostitutas y los jóvenes diferentes, la falta de alimentos, los mediocres espectáculos de cabaret, la imposición de normas arbitrarias de conducta y de consumo, la pésima calidad de las bebidas y la rampante doble moral representada por los parientes de la Magalí, primera pareja del Numantino.

(Buscando al rey David en Santa Clara. Revista Otro Lunes # 38, octubre 2015)

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