El
señor Cabrera es un crítico tradicionalista que se ha gastado 423 páginas alabando
a Martí. A esto agreguemos que el señor Cabrera no sabe citar, o cita mal en su
libro y lo hace así ya sea por desconocimiento de las normas mínimas del
trabajo académico, porque no leyó los autores que cita o simplemente porque
quiere ningunear a los críticos con los cuales está en desacuerdo. Esto lo
puede comprobar cualquiera que esté familiarizado con la crítica martiana y lea
las cosas que escribe en su libro. Una de ellas, como dije, el levantar
fragmentos e ideas de ensayos de otros, sin mencionar la fuente de donde los
sacó. Porque si Cabrera ha leído cualquiera manual de la academia debe saber
que no basta con citar a un crítico al final del libro en la bibliografía —aun
si fuera 10 veces—. Si Cabrera usó mis ensayos o los de cualquier otro autor
para escribir su libro, tenía que señalar la procedencia de los fragmentos que
cita dentro de la discusión, para de esta forma saber dónde comienzan sus ideas
y donde terminan las de los otros.
Por
eso cualquier lector que lea su libro y esté ligeramente familiarizado con lo
que se ha dicho sobre Martí comprobará con desasosiego que no solo Cabrera
repite argumentos que ya se habían planteado antes, sino que varias veces a lo
largo de su libro, afirma con arrogancia y desdén “como escribió un académico en
los Estados Unidos” (68), “como afirma un académico en los Estados Unidos”
(145), “se le ha criticado a Martí no responder al ataque racista de The
Manufacturer” (342). ¿Quiénes son esos académicos? ¿Realmente piensa que
esta forma de citar es correcta?
Además
de todo esto, agrego, su interpretación y las citas que usa para hablar de
Martí y las razas, es selectiva. Por lo general deja siempre afuera los textos
que no encajan con la idea tradicional de un Martí que pide una república “con
todos y para el bien de todos” o resalta en otros críticos lo que le conviene.
De ahí que niegue la relación entre lo biológico y lo cultural en el cubano,
pase por alto o le reste importancia a frases de Martí como estas: “con los calores, que pueden en la sangre
negra más que en la blanca, se les ha encendido la fe a las negradas de Georgia”
(OC 12, 293). Esta cita y otras por el estilo, afirmo, muestran las diferencias
entre las razas en su concepción del negro, y se repite en varios lugares de su
obra, como en el fragmento del 20 de agosto, y en su crónica del terremoto de
Charleston, donde Martí afirma de nuevo que la reacción de los negros ante el
seísmo muestra “lo heredado de su
sangre lo que traen en ella de viento de selva” (OC 11, 73).
Negar
estas diferencias como hace Cabrera, plantear la cuestión en términos
culturales y argumentar que hay que ver a Martí en su totalidad —como alguien
que evolucionó a posiciones más radicales—, es errado, y es otra forma de
desviar la atención. Martí veía, repito, lo biológico y lo cultural enyuntados.
Como decía en otro fragmento, que Cabrera evita citar o desconoce: “un pueblo crea su carácter en virtud de la
raza de que precede, de la comarca en que habita, de las necesidades y
recursos de su existencia, y de sus hábitos religiosos y políticos” (OC, 5,262
énfasis nuestro). Negar uno de esos elementos en la conformación del carácter
de un pueblo, según Martí, no era posible. Solamente con el tiempo, la cultura
civilizada y la educación que recibieran los negros podía evitarse los males
que traía como consecuencia de aparecer en ellos “los caracteres primitivos que desarrollarán por herencia, con grande peligro de un país que de arriba
viene acrisolado y culto, los sucesores directos o cercanos de los negros de
África salvaje” (18, 284). Por eso dijimos que aun cuando Martí es
optimista, y cree encontrar un “remedio” para estos males, no escapa de la
visión etnocéntrica de los críticos supremacistas blancos que apelaban a estos
mismos argumentos (la raza salvaje, la educación, la aculturación, y los
valores de la civilización occidental) para hablar de ellos. Es lamentable por
tanto no solo que Cabrera se niegue a ver algo tan simple. Es lamentable que
siga adorando un hombre que pensaba de esta forma de los negros.
Pero
entiendo que Cabrera no comparta esta opinión. Es más fácil repetir que Martí
tenía una visión “cultural” de las razas y descalificar cualquier argumento en
contra de esta idea con insultos. Esto es típico de todos los fanáticos. Es más
fácil aún levantar ideas de mi ensayo y argumentar que cualquiera pudo analizar
el fragmento del 20 de agosto desde la perspectiva que lo hice yo, porque si
realmente hubiera sido ese el caso, ¿cómo es que no se le ocurrió a Cabrera
Peña hacerlo primero? En su artículo de 2008, donde él comenta este fragmento,
nunca lo hace y sin embargo, ahora afirma “estos abordajes son muy comunes en
diferentes disciplinas universitarias, incluso de pregrado. Me pregunto,
además, quién es capaz de olvidar ‘El Terremoto de Charleston’ una vez leído y
al que se han dedicado decenas de ensayos.” ¿Es común que alguien interprete a
Martí de esta forma?
Bueno,
que yo sepa él y yo somos los únicos que hemos dado esta explicación
apoyándonos en la tesis de Lamore. Solo que Cabrera repite lo que digo, siete
años después, sin mencionar mi nombre y solamente aclarando que “se ha dicho
que aquí Martí toma distancia y marca a los negros ya de por vida” (57), algo
que por supuesto sacó de mi artículo de 2007 en A contracorriente. La
diferencia es que donde yo veo una marca de la herencia biológica y una
sugerencia de ortopedia social, él ve una “herencia cultural”. Dice “no está en
la obra martiana un abordaje del tema desde la herencia de la sangre, es decir,
biológico. Aun cuando muy raramente utilice el vocablo ‘sangre’ en este ámbito,
lo utiliza como una metáfora para la herencia cultural” (60).
El
problema de fondo, como digo en mi reseña de su libro, es que a Cabrera no le
interesa realmente llegar a una conclusión sobre este tema, ni le interesa
tampoco responderse la pregunta que él mismo se hace en el título del libro. Su
propósito es remachar una tesis tan vulgar y manida, como la que defiende, una
idea que viene a apoyar otra más importante, que es el supuesto conflicto que
ha producido esta reevaluación de Martí para los negros en Cuba. Por eso
Cabrera se empeña en ocultar fragmentos, interpreta a su modo otros que ya
habían sido explicados antes, y ningunea a quienes defienden esta tesis. Esto,
repito, es el gesto compulsivo de una parte de la crítica martiana que insiste
en barrer debajo de la alfombra lo que no es conveniente que se diga, lo que
según las palabras de Cabrera y Raúl Fornet-Betancourt, es necesario
“confrontar” porque “es una tarea necesaria y urgente para el futuro de la
configuración justa y hermana de todos los componentes de la comunidad cubana”
(14).
Si
el objetivo de Cabrera era contribuir con algo al debate sobre Martí y las
razas con su libro, lamentablemente no lo logró. No dijo nada nuevo a lo que ya
se había planteado. Solamente ha añadido alabanzas al Apóstol. Sus argumentos
sobre la “desobediencia civil” están en función de cómo pueden servir sus ideas
hoy en día para obtener los cubanos nuevos derechos, que es la forma
tradicional en que se ha usado a Martí, es decir, como instrumento de un grupo
o de una ideología para servirse de él en él presente. No lo lee para entender
la forma en que él veía las distintas razas y el complejo dilema que
representaba llevar a la guerra un país. Por eso, estoy en desacuerdo con
Cabrera y su forma de citar mis artículos y los de otros académicos que él
solamente menciona como fantasmas decidores o con una línea al final del libro.
No se trata, como él quiere hacer creer, de una cuestión de vulgar ego, se
trata de una cuestión de honestidad, de simple disciplina académica, de respeto
por lo que han escrito los otros.
(El libro de Cabrera Peña, mi respuesta. Cubaencuentro, septiembre
2015)
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