Se sabe que Fermín Gabor es un nombre
usado del mismo modo que se usa una máscara. Tacharlo de envidioso o de pedante
logra, entonces, poco. ¿Acaso no es demasiado delgada una máscara como para
sentir envidia? (Hay máscaras de risa o llanto, de susto o de melancolía, de
vejez o juveniles, pero ninguna conocida por mí da expresión a la envidia.) Las
cosas cambian, empero, desde que se denuncia un rostro tras la máscara, desde
que varios anónimos que bien podrían ser Hernández Busto denuncian a Antonio
José Ponte.
El 10 de junio pasado, tres días antes
de que aquél colgara la reseña rusa, aparecían anónimas referencias a Ponte
entre los comentarios de ese blog. Eran también menciones caprichosas y, al
menos en tiburonística, es técnica muy socorrida la de soltar carne y sangre
para ver qué tal danzan los tiburones. (No es preciso siquiera incluir el
nombre elegido en alguna entrada de blog, basta con dejarlo caer desde el
anonimato en la cola de comentaristas, hasta lograr que el molote prorrumpa en
chusmerías.)
¿Recurre a tales artes Hernández
Busto? No podría afirmarlo. Pero en este punto voy a recordar un par de
episodios que lo relacionan conflictivamente con el denostado Ponte. En el
primero de los episodios, él publica en Madrid su libro Inventario de saldos (vaya título bodeguero), y Ponte hace circular
desde La Habana un mensaje electrónico donde anuncia que ese libro tergiversa
trabajos suyos, le empeora la expresión cuando lo cita, y le adjudica juicios
contrarios a los que sostuviera.
Incapaz de rechazar tales acusaciones,
Hernández Busto aprovecha una entrevista publicada en Encuentro en la Red para ofrecer excusas. Achaca todo a prisa de
escritura, se culpa de atolondramiento. No ha existido mala intención de su
parte, pero (y he aquí el segundo episodio) en un texto que publicara diez años
antes en La Gaceta del Fondo de
Cultura Económica, él mismo se encargaba de plagiar un ensayo sobre Julián del
Casal escrito por Ponte.
(El autor de Inventario de saldos ha llegado al extremo de robarse a sí mismo.
Deseoso de publicar libro en España, agarró un volumen suyo aparecido en
México, le cosió el virgo, y lo hizo pasar por inédito ante el jurado del III
Premio Casa de América de Ensayo, que lo premió sin sospechar violadas las
bases del concurso. Nada más ha publicado, fuera de ese libro clonado y del que
ostenta título bodegueril. Aunque amenaza con una biografía de José Lezama Lima
que, a juzgar por los fragmentos publicados, pone en boca de ciertas figuras lo
que éstas dejaron por escrito, con lo cual logra diálogos más almidonados que
los de Sir Walter Scott.)
(La lengua Suelta # 42, La Habana
Elegante, segunda época)
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