Monday, June 27, 2016

Fermín Gabor vs. Ernesto Hernández Busto

Se sabe que Fermín Gabor es un nombre usado del mismo modo que se usa una máscara. Tacharlo de envidioso o de pedante logra, entonces, poco. ¿Acaso no es demasiado delgada una máscara como para sentir envidia? (Hay máscaras de risa o llanto, de susto o de melancolía, de vejez o juveniles, pero ninguna conocida por mí da expresión a la envidia.) Las cosas cambian, empero, desde que se denuncia un rostro tras la máscara, desde que varios anónimos que bien podrían ser Hernández Busto denuncian a Antonio José Ponte.
   El 10 de junio pasado, tres días antes de que aquél colgara la reseña rusa, aparecían anónimas referencias a Ponte entre los comentarios de ese blog. Eran también menciones caprichosas y, al menos en tiburonística, es técnica muy socorrida la de soltar carne y sangre para ver qué tal danzan los tiburones. (No es preciso siquiera incluir el nombre elegido en alguna entrada de blog, basta con dejarlo caer desde el anonimato en la cola de comentaristas, hasta lograr que el molote prorrumpa en chusmerías.)
   ¿Recurre a tales artes Hernández Busto? No podría afirmarlo. Pero en este punto voy a recordar un par de episodios que lo relacionan conflictivamente con el denostado Ponte. En el primero de los episodios, él publica en Madrid su libro Inventario de saldos (vaya título bodeguero), y Ponte hace circular desde La Habana un mensaje electrónico donde anuncia que ese libro tergiversa trabajos suyos, le empeora la expresión cuando lo cita, y le adjudica juicios contrarios a los que sostuviera.
   Incapaz de rechazar tales acusaciones, Hernández Busto aprovecha una entrevista publicada en Encuentro en la Red para ofrecer excusas. Achaca todo a prisa de escritura, se culpa de atolondramiento. No ha existido mala intención de su parte, pero (y he aquí el segundo episodio) en un texto que publicara diez años antes en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, él mismo se encargaba de plagiar un ensayo sobre Julián del Casal escrito por Ponte.
   (El autor de Inventario de saldos ha llegado al extremo de robarse a sí mismo. Deseoso de publicar libro en España, agarró un volumen suyo aparecido en México, le cosió el virgo, y lo hizo pasar por inédito ante el jurado del III Premio Casa de América de Ensayo, que lo premió sin sospechar violadas las bases del concurso. Nada más ha publicado, fuera de ese libro clonado y del que ostenta título bodegueril. Aunque amenaza con una biografía de José Lezama Lima que, a juzgar por los fragmentos publicados, pone en boca de ciertas figuras lo que éstas dejaron por escrito, con lo cual logra diálogos más almidonados que los de Sir Walter Scott.)
   No hay por qué asombrarse entonces de que una novela extrañamente admirada (entusiasmo constreñido entre una neblina desorientadora y una mueca de profundo disgusto) le sirva ahora, junto a  mis observaciones acerca de ella, para cargar otra vez sobre Ponte. Aunque quizás me equivoque al suponerlo entrando en su blog bajo figura de comentarista anónimo… En cualquier caso, puesto que un comentario firmado por él me endilgaba tareas escolares, quiero reciprocarle con las siguientes recomendaciones: “Ernestico, deja de traducir reseñas dedicadas a otros, y haz lo tuyo, mira que el año próximo vas a cumplir cuarenta. Que no te engañe el espejismo de un blog (el tuyo, con lo poco que escribes en él, es más bien un álbum de recortes), y trata, por favor, de que la desesperación curricular no te haga reincidir en latrocinios”. 

(La lengua Suelta # 42, La Habana Elegante, segunda época)

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