“Encerrado en mi casa
estuve por más de una semana, temiendo me sorprendiera una crisis de mi
enfermedad, cuando me llegó una carta de Domingo y supe que toda la historia
casi increíble que me contara Osés era tan cierta como la salida diaria del
sol. En la carta, fechada el 28 de noviembre, en La Habana, él me llamaba ‘Mi
querido José María’, y me comentaba que pronto pensaba pasar por Matanzas,
aunque no tendría tiempo para verme, pues aunque su palacete quedaba apenas a
tres cuadras de mi casa, acá lo aguardaban su esposa y su suegra para ir por
una temporada a uno de los ingenios de la familia. También me decía que no era
el actual momento el mejor para publicar mis poesías en España, con lo cual se
desentendía del trabajo de edición que antes había aceptado. Y, sin explicarme
nada de lo que había ocurrido el día de mi llegada, me expresaba: ‘No son menos
vehementes los deseos que tengo de hablarte, pues para ello nos darán amplia
materia, aunque no sea más que tu malhadado viaje a esta isla, bajo los
funestos auspicios que lo has hecho’, y se despedía de mí, clavándome un
cuchillo en el corazón: ‘Ángel caído: siempre te quiere con caridad y cariño
sin igual, tu constante amigo, Domingo’…¿Debo confesar que lloré, como un niño,
al leer aquella carta? Ni siquiera el piadoso insulto de llamarme ángel caído,
ni la caridad en que se había convertido su cariño fueron bastantes para que el
odio se impusiera al dolor. Ni siquiera su tono de triunfador, o la vanidad de
restregarme en la cara sus vacaciones de rico a la sombra de la gran riqueza. Porque
aquella misiva estampaba el fin de una turbulenta amistad, que en épocas
mejores él luchó por sostener, que en otras yo procuré salvar con mis perdones,
pero que ahora, envuelta en una trama mayor, era sacrificada por el potentado
Domingo, nuevo dictador y diseñador de destinos, al dios de unos mezquinos
intereses políticos ocultos tras cifras de seis y siete ceros. ¿Escribía
aquella carta el mismo Domingo que siempre escondió su protagonismo detrás de
otros nombres?; ¿el mismo que se jugaba el dinero, la ropa y hasta la vida en
una mesa de cartas, una valla de gallos, un juego de dados?; ¿el mismo que
repetía las frases de Varela y las hacía pasar como suyas?; ¿el mismo que
estaba fundando una literatura sobre una superchería mayúscula y corrompía el
talento de quienes lo rodeaban?; ¿el mismo que persiguió a mis mujeres, como un
perro sin suerte?; ¿el mismo que acababa de publicar una diatriba contra el
Gobierno de Tacón, pero otra vez sin su firma?; ¿el mismo que nunca había
sufrido destierro, ni cárcel, ni persecución, porque nunca se atrevió a hacer
de frente nada que implicara un riesgo?; ¿el mismo que, en memorial dirigido a
la reina de España, se refirió al ideal independentista como ‘ese espantable
monstruo’? ¿Era o no el mismo Domingo que veinte años atrás me cedió el paso
hacia la cama de una prostituta porque no se atrevía a ser el primero ni
siquiera en el amor, y el mismo que un día remoto perdió el control de sus
emociones y se lanzó a besarme en los labios? Ángel caído: así me llamaba aquel
perpetuo habitante del infierno del miedo, la intriga y la mediocridad.
Entonces me enjugué las lágrimas, pues supe que nada podía hacer: ¿era tan
terrible mi falta? Eso no importaba ya, porque mis razones no serían oídas y la
voz de Domingo era la de los dueños de la historia y mi condena ya estaba
decretada. Muchos años tendrían que pasar para que las verdades volvieran a
serlo (si tal milagro es posible) y para que la justicia de la historia cayera
sobre nuestras pobres cabezas. Y a esa justicia y a la de Dios me remito ahora,
confiando en que tal reparación de mi memoria alguna vez sea posible".
(La novela de mi vida. Ediciones Unión, 2008)
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