Vicedirector
de la Unión de Historiadores de Cuba y actual director de la Biblioteca
Nacional, me cohibiría en grado sumo tratar al primero de estos autores con
título que no sea el de doctor. Yo conocía ya algunas de sus opiniones gracias
a una antología preparada por Enrique Ubieta (Vivir y pensar en Cuba. 16 ensayistas cubanos nacidos con la Revolución
reflexionan sobre el destino de su país, Centro de Estudios Martianos, La
Habana, 2002), donde el doctor Acosta Matos atacaba unos intentos de
revaluación del autonomismo cubano a la par que acometía la defensa del
realismo socialista.
En esa misma antología un pensador de la agudeza de Fernando Rojas (siempre que
le adjudiquemos por error alguna obra de su hermano Rafael) añoraba la gama de
productos lácteos que su infancia consumía en paseos por el habanero Parque
Lenin. Fernando Rojas destilaba nostalgia de cuño semejante a la de esas viejas
tías abuelas recontadoras de meriendas de Ten
Cents. “El vaso valía veinticinco centavos, y en los primeros setenta allí
vendían la leche sólo por vasos”, rememoraba. (La boca se nos hace agua de
pensar en los primeros setenta, recién fracasada la Zafra de los Diez Millones
y celebrado el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura.)
También
a Víctor Fowler, presente en dicha antología, lo desvelaban preocupaciones
líquidas. No se trataba en su caso del vaso de leche servido en el Parque
Lenin, sino de la “Pepsi Light” para la cual, en un día futuro de capitalismo
habanero, no le alcanzaría la plata. (¡Qué tortuosa nostalgia la suya capaz de
proyectar imposibilidad actual hacia el futuro!)
La
historia nacional cabía entre el vaso de leche de Fernando Rojas y la “Pepsi
Light” de Víctor Fowler. A juzgar por los 16 ensayistas nacidos con la Revolu
el destino del país consistía mayormente en la añoranza. “¡Ay, qué mal va la
cosa”, recuerdo haber dicho, “cuando los ñángaras empiezan a sufrir de
nostalgia!”.
Pero
no hagamos esperar más al doctor Acosta Matos, para quien el realismo
socialista es un quesito crema del Parque Lenin. En la antología ubietánea el
actual director de la Biblioteca Nacional se dolía del saqueo sufrido por los
antiguos países comunistas europeos luego de la caída del Muro de Berlín. Según
él, el video-clip (“las tambaleantes industrias del video clip”) y la
decoración de interiores venían a apropiarse de los códigos visuales del
realismo socialista, hurtaban longevidad a la estética favorita del camarada
Stalin.
(Su
planteamiento abre diversas interrogantes: ¿por qué entender la apropiación
estética como saqueo?, ¿o cómo no admitir entonces que es saqueo a Occidente
toda la arquitectura moscovita de la época de Stalin, de un neoclasicismo
facilón?, ¿por qué, en lugar de emprender la defensa del constructivismo
soviético, cuidarle el culo al realismo socialista?, ¿cómo éste, tan vigoroso,
llegó a ser absorbido por lo tambaleante?, ¿y por qué la suma de los artistas
eméritos de las repúblicas soviéticas no alcanzó a imaginar ni una emisión de Colorama?)
Graduado
universitario en una alejada república soviética, el doctor Acosta Matos
defendía el pundonor bolinski.
Autonomista como fue frente a Moscú (ni independencia ni anexionismo), no
aguantaba a los que quisieran recordar el autonomismo frente a España.
Y
ahora el penúltimo número de La Gaceta de
Cuba publica un texto suyo donde arremete contra todo el que procure
algunos rasgos positivos para la República. Responde a una reseña publicada por
el investigador Jorge Domingo Cuadriello en número anterior de esa misma
revista y, para entender su alcance, es preciso hacer un poco de historia.
Dejénme que les cuente, limeños.
Julio
Rodríguez publica a los sesentinueve años de edad un primer libro, una
cronología: Noticias de la República.
Matrimoniado con la bibliógrafa Araceli García Carranza, Rodríguez recibe ayuda
de su esposa para el libro. Y el doctor Acosta Matos, quien se brinda a
prologarlo, asegura que el volumen es obra de indudable valor y se deshace en
alabanzas del trabajo investigativo efectuado por su autor.
Luego
Jorge Domingo Cuadriello reseña ese primer tomo de Noticias de la República (hay otros por venir) y descubre que en él
abundan las imprecisiones, los errores y las meteduras de pata. Y que el tan
alabado viaje de su autor a las fuentes bibliográficas resulta muchas veces dudoso.
Quien
recorra las páginas de esa cronología podrá asistir al nacimiento apócrifo de
Julio Antonio Mella, verá regresar de la muerte a Aurelio Mitjans, y va a ser
testigo de la doble muerte del general Carrillo o del nunca ocurrido asalto y
destrucción del periódico Heraldo de Cuba.
Muchas
otras pifias señala el reseñista y descubre además la poca imparcialidad de un
acopio en el cual no aparece mención del mayor período de bonanza económica
republicana. Es en este punto donde el reseñista Domingo Cuadriello topa con el
malhumor del doctor Acosta Matos. ¡Mira que exigir noticia favorable de una
edad histórica donde la gente nacía en días equivocados, volvía de la tumba o
moría dos veces!
Incapaz
de objetar la mayor parte de las acusaciones del reseñista, el doctor Acosta
Matos acude en su defensa a lo melodramático. Varias son las objeciones
sentimentales que hace a Jorge Domingo Cuadriello. Que si éste ha atacado en
público a una mujer como Araceli García Carranza (¿en privado le hubiese estado
permitido?), que si abusa de un hombre que a los sesentinueve años publica su
primer libro. Con la conciencia de un asiento de guagua para embarazadas, el
doctor Acosta Matos se desvela por mujeres y ancianos. (Vista la edad de su
prologado, uno llega a preguntarse por qué éste no esperó a ser aún más
defendible, qué lo ha impulsado a tanta precocidad. Pues, publicado a los
noventinueve años, su primer libro habría sido más erróneo y disculpable.)
Por
supuesto, donde hay novelón indígena no falta la figura del Apóstol, y el
doctor Acosta Matos nos recuerda el martiano apotegma “Criticar es amar” y el
sofisma martiano de que cuando se va a morir bien cabe licencia para rimar del
peor modo. Vistas así las cosas, un chapucero de 69 años casado con concienzuda
bibliógrafa emprende el primero de sus trabajos, mete la pata sin compasión, y
es preciso amarlo martianamente.
Por
último, el doctor Acosta Matos no alcanza a comprender a esos críticos que
“pudiendo ventilar entre compañeros sus señalamientos escogen la páginas de una
revista”. Y de aquí puede sacarse tal vez el más importante precepto entre los
suyos: la crítica no tiene por qué llegar a las revistas, no hay por qué
publicarla. Cualquier diferencia estética ha de ser ventilada en reunión a
puertas cerradas. (De la crítica literaria como asamblea sindical manicheada
por la administración.)
Pacienzudo
para examinar las virtudes de una cronología, el investigador Jorge Domingo
Cuadriello ha tenido también la cachaza de responder a cada una de las
reclamaciones del doctor Acosta Matos. Y en respuesta a las peticiones de
crítica amorosa hechas por éste se ha encargado de exhumar la nada cariñosa
reseña con que, en 1988 y desde una revista santiaguera, Eliades Acosta Matos
(entonces no doctor) saludara la aparición de un libro póstumo de Virgilio
Piñera.
(De
esa vieja reseña vaya un cacho: “¿En nombre de qué supuesta libertad de
expresión o de creación puede un intelectual aislarse de un mundo en ebullición
que diariamente golpea a su puerta clamando también por su aporte en su eterna
lucha por la perfección? ¿Puede aceptarse como lógica la autocondena de Piñera
al ostracismo, al autoexilio al mundo de la fabulación, suponiendo incluso que
no hayan podido ser aceptadas sus propuestas estéticas, en una coyuntura
política muy concreta y por todos conocidas?” Fuera cuestión amorosa, el joven
Acosta Matos tiene el descaro de tratar de autocensura lo que fue castigo
oficial dictado contra Piñera. Y considera búsqueda de perfección a los golpes
en la puerta del viejo escritor prohibido. Al parecer, los estetas de Villa
Marista venían a pulir alejandrinos al apartamento de Piñera.)
La Gaceta de Cuba, que
publicó la reseña escrita por Jorge Domingo Cuadriello y luego la reseña de
reseña a cargo del doctor Acosta Matos, ha decidido interrumpir la polémica
cuando estaba poniéndose mejor. Bajo el pretexto de que no agrega nada nuevo,
deja sin publicar la respuesta de Domingo Cuadriello.
Sin revista que la acoja,
la entrega última de esta polémica viaja de uno a otro correo electrónico,
corre el destino de una nave espacial ida de órbita. Jorge Domingo Cuadriello
asegura en ese mensaje electrónico que ya no volverá sobre el tema. Aunque ha
pedido al presidente de la Unión de Historiadores de Cuba que se nombre una
comisión de historiadores, suerte de cascos azules de la ONU, que sirva de
árbitro en la pelea.
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