Los mecanismos oficiales
de legitimación de la poesía que se escribe y se publica en la Isla son
exquisitamente diabólicos.
A través de las sombras,
como los accidentados viajes del Dante en su Divina Comedia,
instituciones y aparatchiks, deciden cada año a quiénes deben reconocer
la fidelidad o la hipocresía, con mínimas prebendas como son los viajes a las
ferias internacionales del libro, donde los maltrechos escritores insulares,
además de darse a conocer y poder "luchar" otras tourneés, regresan
tan apertrechados a su tierra, que sin duda recuerdan aquellas bélicas naves a
las que Homero dedicó un memorable catálogo en la Ilíada.
Obtener la protección del
Senado favorece el otorgamiento de giras por las paupérrimas jornadas de
cultura municipales y provinciales, la participación en rimbombantes eventos de
la patria donde se mal remunera el trabajo como jurado o conferencista; e
incluso, en dependencia de la "asertiva" conducta intelectual, se
puede aspirar de vez en vez a un premio literario que permita respirar durante
unos meses, en medio de la falta de oxígeno económico, espiritual y de
expresión que vivimos los cubanos.
Llama poderosamente la
atención descubrir cómo las instituciones culturales del búnker caribeño
distinguen a pésimos poemarios como Figuras de tormenta (Editorial
Letras Cubanas, 2004), de Mario Martínez Sobrino; El maquinista de Auschwitz (Ediciones
Unión, 2004), de Víctor Fowler; Cántaro inverso (Editorial
Sanlope, 2004), de Pedro Péglez —libro comentado en estas mismas páginas—,
y Esta tarde llegando la noche (Casa de las Américas, 2004),
de Luis Lorente, con los Premios Nicolás Guillén, de la Crítica, el Iberoamericano
Cucalambé de la décima y Casa de las Américas, respectivamente, en detrimento
de otros cuadernos donde sus autores hacen gala de un verdadero discurso
poético o esgrimen el estilete de la crítica social para diseccionar una
realidad que los excluye.
Esta pantagruélica
política del Ministerio de Cultura, que se suma a la corrupción general propia
del socialismo (léase hoy ismo de los socios), produce efectos nocivos sobre
los creadores, que al descubrir la imposibilidad para sobrevivir en un medio
lastrado por lo extraliterario y lo decadente, apelan a alternativas de
legitimación provenientes del exterior o a la ayuda de instituciones no
comprometidas con el dolmen marxista para la apertura de espacios dialógicos
como Encuentro de la Cultura Cubana, Vitral, Cacharros o
Bifronte, revista literaria de reciente aparición, realizada por un
grupo de jóvenes escritores de Holguín, cuyo único compromiso radica en la
obediencia a la dignidad y a la cultura.
La manipulación, la
mentira, el miedo, el permanente síndrome de la sospecha generados por un
sistema que se autoproclama justo, y que ni siquiera se atreve a publicar la
Declaración de los Derechos Humanos para que sus acólitos sepan a qué atenerse,
produce monstruos que reducen a escombros también a la poesía cubana, ave
migratoria, ave enigmática imposible de acallar, desde la soledad de cada
cuartilla individual hasta la clandestinidad compartida, guiño cómplice que,
como Goethe, siempre exigirá más luz. A pesar de las reptantes hordas
inquisidoras del poder absoluto a las que la historia no podrá absolver.
(Descenso
a los infiernos. Cubaencuentro, enero 2006)
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