Es
una pena que un académico de las credenciales de Roberto González Echevarría
necesite participar tan activamente de su propio homenaje, como resulta obvio
de la lectura de la mayoría de las colaboraciones que lo honran en este número
de Encuentro. ¿Quién sino el propio
González Echevarría puede haberle pedido su opinión laudatoria a Harold Bloom,
su colega de Yale; así como a Ana Rosa Menocal y a Andrew Bush? Pero el
testimonio más escandaloso es, sin duda, el de Miguel Barnet, que responde a
los elogios que González Echevarría le tributa en su «canon cubano», ofreciendo
con ello una muestra de lo que Jardiel Poncela definiera como la «sociedad de
bombos mutuos». Por otra parte, es penoso también que la revista Encuentro, que quizá sea la publicación
más seria que se hace en nuestro exilio, se haya ceñido la camisa de fuerza de
hacer un homenaje en cada número; no sólo por la inflexibilidad que le impone
al formato, sino también porque esa regularidad la obliga a ir incurriendo en
concesiones que, necesariamente, terminarán por abaratar la publicación. Me
parece que se vería con más legitimidad y elegancia que estos homenajes se
espaciaran más y se reservaran para números extraordinarios y para personas con
el suficiente reconocimiento para que no se vieran en el aprieto de solicitar
la ayuda de sus amigos.
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