Con la
creación del Ministerio de Cultura encabezado por el Dr. Armando Hart, que vino
a darle fin al desastre impuesto en el sector por el eufemísticamente llamado
Quinquenio Gris, la situación de Vitier comenzó a cambiar. Le dieron un
tratamiento mucho más inteligente, que incluyó viajes a Centroamérica y a
Europa. Por supuesto, dejé de frecuentarlos. No obstante, siempre que coincidíamos
en cualquier sitio, me saludaban cordialmente.
En los
primeros meses del año 1993, la Fundación Pablo Milanés auspició un coloquio
internacional por el cincuentenario de la revista Orígenes. A modo de ensayo,
se organizaron en un aula de la Escuela de Letras una vez por semana, la
presentación de las conferencias preparadas por los ponentes cubanos.
Me dispuse a
no perderme ni una. Por suerte, el ciclo se impartía los jueves, día que yo no
tenía azucenas para vender.
La primera
charla fue acerca del poeta Gastón Baquero, a cargo del crítico y escritor José
Prats Sariol. Incluyó la audición de un recital, grabado en Madrid por el
propio poeta. Fue una actividad maravillosa, solo que al final, en el
conversatorio se me ocurrió pedirle a Prats que abundase acerca de la vida
política del homenajeado, a quien yo había conocido primero como personero del
general Batista. Pensé que si íbamos a restaurar la memoria del gran poeta, lo
más justo era no quedarnos a medias. A Prats Sariol no pareció molestarle, pero
Cintio se sintió obligado a intervenir, acusándome de estar saboteando aquello,
al sacar a colación el pasado político de Baquero. Me defendí como pude, pero
Cintio dio por terminada la actividad.
Ese fue solo
la primera escaramuza. En la jornada dedicada a Lezama Lima, a cargo de una
joven profesora universitaria, volvimos a cruzar espadas, y esta vez confieso
mi premeditación. La charla giraba naturalmente acerca de Paradiso. La
muchacha, muy calificada para la ocasión, se adentró en los densos diálogos
entre Cemí, Fronesis y Foción, citando in extenso las vivencias eróticas de
ambos amigos de José Cemí.
Ahí le
pregunté a la conferencista si ella consideraba que Lezama había partido de
vivencias personales para dichos pasajes. Puesta en la disyuntiva de esclarecer
las preferencias sexuales del Maestro, la profesora tragó en seco, pero por
supuesto, Cintio le echó mano al micrófono y, esta vez aguantando las ganas de
mandarme a desalojar, me contestó escuetamente que el modelo de Fronesis era el
crítico de arte Guy Pérez de Cisneros y que, para Foción, Lezama había fundido
rasgos de varias otras personas. A eso, no tuve nada que agregar.
(…)
El choque
definitivo vino a provocarse el día que el propio Cintio se hizo cargo de
evocar a Justo Rodríguez Santos. Aquel jueves tuve dificultades con el
transporte —estábamos en plena crisis especial— y cuando pude llegar, el aula
ya estaba llena. Para no interrumpir, fui a colocarme de pie al fondo del aula.
Cintio, quien apenas comenzaba, advirtió mi presencia y de inmediato, me
ofreció su propio asiento, en la primera fila, junto a Fina. Sorprendido y
halagado por esa cortesía suya, me dispuse a ocupar el lugar. Cuando entré a lo
largo de la fila, él desgraciadamente, agregó, ahora en tono descompuesto, que
yo me había parado al fondo para llamar la atención, a lo que de inmediato,
doblemente dolido por la falsedad de su imputación y por el desengaño respecto
a su intención, le respondí también alterado, que si me había parado al fondo
era precisamente para no llamar la atención. Fina se puso de pie, dispuesta a
interponerse, pero enseguida yo me senté y él no echó más leña al fuego. Así,
perdí yo a mi último Maestro y él a un lector que lo admiraba de todo corazón.
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