Pero después que “terminó” el siglo y la historia en 1991, cesó momentáneamente la vergüenza de los hombres de derecha. Recuerdo que leí en 1994 un artículo de Enrico Mario Santí en Vuelta que desbancaba a la “vieja guardia” de los ideólogos de derecha, a esos señores atormentados por la mala conciencia, cansados de gritar en el desierto que José Martí estaría, de vivir hoy, en Miami. Santí, surfeando en la gran ola de la derecha finisecular, decía sin sonrojos visibles, parafraseando a Fidel: sí, Martí es el culpable de la Revolución cubana. Y concluía: eliminémoslo. En momentos como ese aparecen incluso libros como el denominado Manual del perfecto idiota latinoamericano, que acaban por proscribir la esperanza y por sugerir, entre líneas, no seas idiota, ocúpate sólo de ti mismo.
Rafael Rojas hizo maletas y viajó más lejos: dividió el pensamiento cubano en dos bandos, el de los utópicos y antimodernos (allí estábamos nosotros) y el de los pragmáticos y modernos (allí estaba él). Pero en el primer bando incluyó a hombres como Varela, Luz y Caballero y Martí. Prescindir de ellos y de otros más recientes, era una propuesta suicida. En un libro posterior se rectifica: ay, dice, esa manía que tenemos los cubanos de dividir y oponer autores y tendencias... Y reconoce que el recontracanon de la derecha (frente al contracanon de la izquierda) suele ser totalitario y caprichoso. En sus artículos políticos, sin embargo, insiste en destruir el discurso revolucionario cubano y en reivindicar el concepto de la derecha. Un texto suyo de mayo pasado se titula precisamente así: El derecho de la derecha.
Ese artículo de Rojas me recordó otro —en verdad más simple e ingenuo— que encontré en la prensa guatemalteca. Su autor, Lionel Sisniega, identifica burdamente izquierda y comunismo. Rojas estudió filosofía marxista en la Universidad de La Habana y sabe, por supuesto, que la izquierda y la derecha son conceptos móviles, históricos. Su intención era más bien la opuesta: aceptar una izquierda no revolucionaria como alternativa, una izquierda en tránsito hacia la derecha. Por eso escribe: “La vergüenza de asumir la derecha, típica de la cultura política cubana, sin embargo, no es tan grave como el hecho de que la mayoría de nuestros izquierdistas fueron revolucionarios, es decir, autoritarios (...)”. Este hecho y la carencia de una verdadera tradición doctrinal cubana de matriz liberal o conservadora —afirmación que desprecia el desesperado esfuerzo de Montaner por inventarse una tradición liberal que le ampare—, son las razones, afirma, de “la ausencia virtual de una oposición” en Cuba. Estoy casi de acuerdo. Frente al ideal revolucionario puede haber escepticismo, no un ideal alternativo. Pero —y aquí lo traiciona el mismo “vicio” de conciencia que critica—, La Habana ya no es la izquierda, sino la derecha y Miami, ah Miami ahora es la izquierda. Aunque perdón, el punto a tratar no es ese: Miami sigue siendo el lugar simbólico de la derecha y ese “estereotipo negativo”, dice, la convierte en la ciudad ideal para pensar una nueva derecha cubana, sin la presión de una mala conciencia.
¿Qué personaje intenta representar Rafael Rojas? Si Enrique José Varona, ilustre ideólogo burgués nacionalista comprendió que su proyecto político había ya fracasado en Cuba y lo reconoció con honestidad intelectual ante la juventud revolucionaria de la llamada “década crítica” (1923-1933), si Jorge Mañach, ante el espejismo de la relativamente amplia clase mediacapitalina, intentó sin éxito ser el representante intelectual de una burguesía nacional inexistente, ¿qué pretende Rafael Rojas, un intelectual que anda buscando fuera de su patria un lugar donde no lo agobie la mala conciencia de pertenecer al Tercer Mundo y de haber nacido en un país de revolucionarios y haber estudiado en la Universidad habanera de los ochenta? ¿A quién pretende representar, a la burguesía norteamericana, a los directivos de la Fundación cubano americana?, ¿quiénes serían los inversores de ese “nuevo” capitalismo “cubano”? No es casual que nos inste con frecuencia a adoptar un “nacionalismo suave”, pero ese sería tema para otro artículo. El fantasma de la izquierda, en un mundo salvajemente injusto, sigue atormentando a Rojas y a los buenos señores de la derecha.
(El fantasma de la izquierda. La Jiribilla, julio 2001)
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