Wednesday, January 27, 2016

Antonio José Ponte sobre “La novela de mi vida”, de Leonardo Padura

Los mejores resultados de su prosa, debidos tal vez a la libertad con que trabajara allí, pueden encontrarse en la historia de Heredia. Padura ha logrado darnos un registro histórico sin pesadez de arqueólogo y sus palabras de un poeta del siglo XIX tienen aire de época conseguido.
   En cambio, al contarnos episodios más recientes, su vigilancia de lo peligroso debió hacerle descuidar el idioma. Y leemos que la calle Obispo posee «una éterea atmósfera de poesía». Descubrimos que existe el «alivio ingrávido de saberse inocente». Se nos refiere sin broma alguna que alguien «desgranó sus mejores poemas». O que otro personaje tuvo que correr al baño para «complacer la llamada selvática de los instintos». El ridículo llega a extremos en los episodios de erotismo: se hace responsable a Heredia de «romper el candado divino de Lola Junco», o un cuerpo femenino ofrece «la rosa oscura de su ano».
   El autor de La novela de mi vida falla en los enfásis poéticos (éstos no abundan demasiado) pero triunfa en sus enfásis de narrador policial. Desperdicia epifanías (el episodio de Heredia en el ciclón, por ejemplo), pero sabe conquistar al lector con las maneras de un narrador de intrigas, con una trama efectiva. (No importa que nos obligue a soportar historia tan poco relevante como la amorosa entre Delfina y Terry.)
   De los novelistas cubanos en activo tal vez sea Leonardo Padura quien mejor se gane la amistad del lector. En una literatura donde escasean las biografías de escritores, nos ofrece en La novela de mi vida la de uno de nuestros mayores poetas. Y lo novelesco le ha permitido aventurar acusación contra Domingo del Monte y poner en entredicho la legitimidad de Espejo de Paciencia, dos expedientes que sólo muy delicadamente moverían los estudios históricos y literarios practicados entre nosotros.
   Padura ha escrito en este libro su ficción más ambiciosa. Suerte de Vidas paralelas, la comparación del par de biografías hace que descubramos diversas constantes de nuestra historia nacional, miserias y alegrías. De las primeras: delación, intromisión policial, exilio, censura gubernamental, sociedad paralizada por un temor —la rebelión de los esclavos negros, la vuelta de la gente de Miami o la llegada de los marines— que inclina al encanallecimiento.
   La novela de mi vida refiere asimismo lo que ha sido emblema de nuestros artistas y escritores: la censura propia. En una de sus páginas, Heredia se corona como iniciador, dentro de la literatura de la isla, de la autocensura. Desencantado total, presiente que su ejemplo va a tener, a lo largo de los años, multitud de seguidores.

(De lo que no puede hablarse. Encuentro de la cultura cubana, Nos. 26/27, otoño-invierno, 2002-2003)

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