La Universidad Internacional de la Florida me invitó a dar una conferencia el primero de junio de 1980. La titulé “El mar es nuestra selva y nuestra esperanza” y hablé por primera vez ante un público libre. Junto a mí estaba Heberto Padilla; él habló primero. Realmente, su caso fue penoso; llegó absolutamente borracho a la audiencia y, dando tumbos, improvisó un discurso incoherente y el público reaccionó violentamente contra él. Yo sentí bastante lástima por aquel hombre destruido por el sistema, que no podía encararse con su propio fantasma, con la confesión pública que había hecho en Cuba. En realidad, Heberto nunca se recuperó de aquella confesión; el sistema logró destruirlo de una manera perfecta, y ahora parecía que hasta lo utilizaba.
(Antes que anochezca. Tusquets, 1992)
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