Repaso los libros de José Kozer y no encuentro un verso que suene a verso. Regreso a ellos pensando que puedo estar equivocado y sigo sin encontrar el verso que suene a verso.
Desterrados están de su escritura la música, el sentido, la palabra que cautiva y la sensibilidad indispensable. En pocas palabras: todo lo necesario para escribir un poema... aunque no sea un buen poema.
José Kózer escribe sus textos como quien dicta recetas de cocina para principiantes golosos. Intento seguir su lectura pero es imposible: demasiado limo en su antipoesía. Pongo, de ejemplo, esta línea suya y pienso en el descalabro que la puja:
"en su yegua con sus numerosas navajas barberas a raspar las cabezas o cepillar algún mueble cuyas virutas traerían a la memoria los años de abundancia en que el caracol echaba de sí grandes multiplicaciones".
Y no es el único descalabro. Los hay peores. Peores. Todo un catálogo interminable. Habría que tacharle aquí -como en casi toda sus redacciones gramíneas- esa traducción malísima del peor Lezama (sin las honduras ni los misterios del maestro de Trocadero, que conste) que hacen de Kozer un "epigonal cascabelero" sin monstruos, ni razones, ni sueños. Si acaso dudas, aquí cito otro texto:
" Pues sí: era otra época y un coro de muchachas vigilaba las teteras (bullir) los eucaliptos (bullir) la mejorana y un agua digestiva (mentas) aguas (...) tranquilo (por fin) tranquilo..."
O este otro:
"ni el cable trasatlántico (letras) que atizan los gorriones boquiabiertos"
Y boquiabierto se queda uno (acto amorfo) con el cable (¿comerse un cable?) trasatlántico y con los gorriones. El uso de los paréntesis en Kozer (pienso) que debe esconder (quizás) alguna aberración intertextual (ad hoc) para reflejar (extraer) al acutángulo (piadoso) del sentido. En fin (termino) con el paréntesis. Sé que hay otro texto de él que habla de bujías u órganos activos entre la arborescencia pero mejor dejémoslo ahí: la semántica no puede con tanto.
Pero hasta a los malos poetas -o a aquellos que así se llamen- uno se acostumbra, como al precio de la gasolina. Lo curioso ya no es eso; lo curioso es que poetas como Damaris Calderón, Ricardo Alberto Pérez, Antonio José Ponte, Reina María Rodríguez, etc., etc., admitan que Kozer “es la cosa”. Esta suerte de "elogio de la ceguera" sí me interesa. Es un fenómeno. Ojala alguien se anime y me explique este arte de intubación que todavía no entiendo. Muchos de ellos han entrado al "alfabeto" Kozeriano y han recibido, en pago, su influencia calcárea.
Ricardo Alberto Pérez, desde su Oral-B, reza:
“La babosa no precisa menstruar
va fundiendo
en el mundo
esa sustancia que establece
con recta disposición".
Reina agrega: "Yo, de verdad, quería comerme las galaxias"
Y hasta Ponte, que sin dudas muestra buenos poemas y excelentes cuentos, se atreve a escribir algo así como:
" Muerta como una reina en mala colchoneta,
debió meterse por un olvido mío".
En fin. No hay mucho que decir. Un amigo cuenta que Kozer ha confesado en Miami que escribe “mas de 365 poemas al año” pero aclara que no se trata de “un poema diario”, claro: hay días en que escribe “tres o cuatro” y otros en que descansa.
Este es un fragmento de "Liminar: la poesía de José Kozer" del crítico Reynaldo Jiménez. Si alguien lo entiende que lo explique. Se los dejo de tarea.
"Al cuidadoso contacto con la palabra, danza el destino consentido: liberación celebrante de la conciencia que, en su transmutarse verbal, toma por las astas a la lectura y asalta hasta los escondrijos más indelicados y sobrepuja a otro nivel de entendimiento. Es allí, y no en reposados escenarios, que la poesía es algo que acontece como meditación, a salvo de toda actitud o postura premeditada. La action writing kozeriana refleja, multifacética, la lentísima paciencia inspiradora. A medida que se articula(n) la(s) escucha(s), el rumor desatado aglutina en su insistencia una saga de intimidades, una sarta de koans donde la gesta heroica no ha cesado, aun como gesto supérstite de aprendizaje, y anuda para desenlazar, con renuevo, los prestigios acezantes de la lengua. Lo singular participado, lo insignificante (por ínfimo a la luz de abolidas jerarquías), lo despreciado (por temido al no confortar, al hacernos confrontar la intemperie tras fronteras), otorgan resonancia conmovida en la variedad integradora."
(¿Qué Kozer es esto? Blog Tirofijo, junio 2008)
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