Friday, October 16, 2015

Alejandro Armengol vs. el prólogo de Jorge Fornet a “Cuento cubano del siglo XX”

De igual forma, al referirse a la prohibición del documental PM, dirigido por Sabá Cabrera y Orlando Jiménez Leal, Fornet señala que éste «tenía dos inconvenientes: en tiempos dignos del género épico, se regodeaba en un tipo de vida desvinculado del nuevo proyecto social; por si fuera poco, la película, producida por [el suplemento literario del diario Revolución] Lunes de Revolución, fue un peón en el fuego político cruzado entre diferentes facciones que se disputaban el poder cultural». En este caso, no hace más que repetir en parte la misma explicación oficial que el régimen de La Habana viene dando de los hechos desde el primer día, y luego de omitir la clausura del suplemento literario, se limita a decir que «el fantasma de la censura» comenzó a flotar luego de que la película fue retirada, para pasar a mencionar las Palabras a los intelectuales de Fidel Castro que fueron precisamente la justificación de la censura. Comprendo que un investigador que vive en la isla no puede emprender una crítica abierta de las palabras del gobernante cubano —a menos que esté dispuesto a dar un paso saludable para su conciencia pero no para su residencia en el país—, pero su explicación no deja por ello de ser incompleta y tergiversada.
   Donde la tergiversación llega a un grado mayor es un poco más adelante, cuando el crítico se refiere al «caso Padilla»: «A raíz de la polémica generada en torno a él, la política cultural del país se endureció y tanto de manera sutil como desembozada creció la censura y decenas de escritores padecieron alguna sanción en virtud de sus ideas, sus creencias religiosas o sus preferencias sexuales». Sucede que la verdad es todo lo contrario: el «caso Padilla» fue la consecuencia de una censura más severa. Castro decidió utilizar al poeta Heberto Padilla como una víctima propicia tras el descalabro enorme de la Zafra de los Diez Millones, el desastre económico producido por una política insensata —tanto internacionalmente con el apoyo desmedido al movimiento guerrillero latinoamericano como nacionalmente con planes agrícolas e industriales enloquecidos— y la consiguiente entrega a la Unión Soviética como única salida. Como los escritores y artistas —al igual que el Papa— no cuentan con divisiones armadas, resultaron «fáciles» de sacrificar. Desde antes de encarcelar a Padilla, Castro sabía que los intelectuales en todo el mundo iban a poner el grito en el cielo; también sabía que esas protestas eran de una importancia relativa, para él y en ese momento determinado. No se trataba de sacrificar un ejército; era simplemente dejar a un lado la impedimenta. La conveniencia de utilizarlos como vidrieras propagandísticas en todo el mundo pasó a un segundo plano, porque su supervivencia estaba en juego.
   Por otra parte, el hostigamiento a los escritores homosexuales y religiosos, además de los que discrepaban políticamente, fue parte de la persecución en general a esos grupos, y un aspecto común en los regímenes fascistas. Mucho antes de la publicación de Fuera del juego, y de que Padilla empezara a destacarse como un intelectual contestatario, Virgilio Piñera había sido detenido en la tristemente célebre «Noche de las Tres P».
   El enmascaramiento de la realidad también lleva a Fornet a ofrecer una versión errónea de lo ocurrido con la literatura policial. Refiriéndose al año 1971 —en que ocurrió la detención y la autoincriminación de Padilla— señala: «A partir de ese momento, mientras buena parte de la vida cultural languidecía, la literatura policial irrumpió violentamente en el ámbito literario cubano con todo el apoyo institucional». Se refiere entonces a la publicación de la novela policiaca Enigma para un domingo, de Ignacio Cárdenas Acuña, y más adelante expresa, al hablar del auge del género: «Fue una forma sabia, y no exenta de obras de calidad, de proponer (e imponer) un modelo de literatura estética y políticamente ‘correcta’. La literatura policial aportaba además, pese a su carácter formulaico, un realismo no evasivo. Irónicamente, el género exquisito e intelectual por excelencia —al menos en sus orígenes— devino en paradigma de la literatura comprometida».
   Llama la atención esta referencia por dos razones. La primera porque resulta extemporánea. La literatura policial cubana se destacó en la novela y no en el cuento. La segunda porque está plagada de errores. La novela de Cárdenas Acuña conserva su valor de iniciación de un género en un determinado momento en la isla, pero por lo demás es una obra muy menor. Pero lo más importante es que se trata de una novela que toma como modelo a la corriente norteamericana caracterizada por los libros de Dashiell Hammett y Raymond Chandler.
   Fornet habla de la versión intelectual del género, pero ese subgénero policial  representado por los cuentos de Edgar Allan Poe, Conan Doyle y otros— no tuvo seguidores en Cuba (como sí lo practicaron Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en Argentina). Los cubanos tomaron como punto de partida la escuela Hardboiled, que se caracterizó por su fuerte denuncia social. Lo que hizo el régimen de La Habana fue precisamente impedir el desarrollo de esa vertiente, premiando y editando textos donde la figura del detective privado no existe —en Cuba aún no hay detectives privados—, la policía no es corrupta y los funcionarios públicos no son aliados de los delincuentes. Si bien es cierto que se produjeron un par de obras de valor literario, éstas responden al esquema impuesto: nada más alejado del «compromiso» verdadero y el «realismo no evasivo». Tendrían que transcurrir varios años, para que con el surgimiento de las novelas de Leonardo Padura, el género retomara el carácter de denuncia que lo caracteriza.
   Resulta estimulante ver que a medida que en su análisis Fornet se acerca a los libros publicados en los últimos años, sus observaciones adquieren mayor precisión. Así, caracteriza al cuento El lobo, el bosque y el hombre nuevo, de Senel Paz, no como un relato que abre una época, sino que «en verdad parece sellar el fin». Es posible que —por un fenómeno puramente temporal— a un investigador que reside en Cuba le resulte más fácil hablar de lo escrito hace diez años que de lo publicado hace treinta. Destacar las limitaciones del desencanto y no detenerse demasiado en las causas de la decadencia de la literatura «comprometida» —una palabra, por otra parte, mencionada apenas en el prólogo. No deja de resultar una paradoja, pero vive en un país que es la versión malsana de una paradoja.
   Si Fornet comete todas las imprecisiones, errores y tergiversaciones antes señaladas, no es por un desconocimiento del tema. Se ve «obligado» a ello al tratar de ajustar una realidad a un esquema donde aún no se puede contar toda la verdad. No son los errores de un investigador literario; son las limitaciones que le impone el sistema en que se mueve. El prólogo de esta antología del cuento cubano del siglo XX —que reúne textos de escritores residentes en Cuba y en el extranjero, y cuya selección y notas fue realizada por el propio Fornet y el crítico exiliado Carlos Espinosa Domínguez— es una muestra del avance y las limitaciones de enfoque que el modelo cultural del régimen aún impone a los creadores y ensayistas. Sólo cabe esperar —y no puedo dejar de ser escéptico al respecto— que ediciones futuras permitan a quienes la realicen, moverse con mayor libertad a la hora de hacer un balance de las obras o en la presentación de textos no ya del presente sino apenas del pasado.

(Maneras de contar. Encuentro de la cultura cubana, Nos. 28/29, primavera-verano, 2003)

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