Aunque en general los miembros del gremio cultural no han perdido el miedo, ni los dirigentes han soltado el garrote, hoy en día, aprovechando los cambios de la política migratoria, muchos artistas, actores, escritores y cineastas se mueven entre Cuba y el extranjero y no solamente han encontrado otros medios para darse a conocer, sino que han logrado otras fuentes de ingreso que les permite independizarse un poco de las migajas que hasta hace poco solamente eran ofrecidas por la UNEAC. Esto puede resultar muy peligroso a la larga, porque les quitaría el control sobre la producción cultural.
Pero Prieto, Barnet y sus compinches no se rinden, esta es una lucha crucial para ellos y con estos foros y sus declaraciones como: “en ningún momento el Estado va a ceder a los privados la decisión de la política cultural”, dejan claro que ellos y el gobierno, mantienen su visión de que la cultura está íntimamente ligada a la política y a la ideología del Partido. Esto va mucho más allá de los cambios administrativos. Para ellos, la cultura es la lucha política por otros medios. Dosificar y controlar estrictamente lo que consume el pensamiento popular es su objetivo. Los viejos hábitos nunca mueren.
Personalmente me resulta difícil conciliar la imagen del Abel Prieto que conocí desde muy joven, un tipo irónico, iconoclasta, con un agudo sentido del humor, ocurrente, culto, inteligente y sobre todo contraculturalista con este personaje que hoy defiende tozudamente los viejos y anacrónicos postulados de la cultura estatizada. Es cierto que lo dejé de ver hace más de treinta años, pero esa es la imagen viva que se mantiene en mi recuerdo. Muchas veces conversé con el escritor Carlos Victoria, otro amigo suyo de la misma época, al respecto. Todavía lo comento con un amigo que vive en California, es tema de conversación semanal. Entendemos que la gente cambia y que ese fue el camino que escogió, pero aún no damos con las razones que nos puedan explicar ese desvío.
El viejo amigo Abel convertido en el bufón principal de la corte, buscando controlar la cultura popular que tanto defendió entonces como cultura de la rebelión. Por supuesto, en su nueva posición, esa cultura que conoce muy bien, le resulta muy peligrosa. La cultura popular no respeta ni perdona el estatus de nadie. Es la cultura de la burla y del instante y eso no va bien con los dictadores y sus aliados.
(Los bufones atacan de nuevo. Blog Diletante Sin Causa, noviembre de 2014)
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