Le pidieron justo lo que no quería y, no sin escalofríos y nocturno crujir de dientes, optó pronto por acogerse al buen vivir al precio de una ovejuna obediencia. Y es que esa exigencia implacable Cintio necesitaba escucharla a toda costa, desesperadamente, para poder tragarse en público sin rechistar su mendrugo del "pan terrible", reminiscencia de aquel cáliz de sangre que Jesucristo lamentara tener que beber en la cruz. A saber, en materia de dogma Jehová no admite réplicas; Castro, su émulo insular, menos aún...
Esos salvavidas líricos, esos coqueteos con la raya --al igual que ciertos hermetismos, poses de esteta o esporádicas salidas del tiesto justo hasta el borde de lo oficialmente tolerado-- sirven para legitimar la servidumbre del intelectual burgués ante una alta nomenclatura que los mima y nutre pero en el fondo sigue despreciándoles y, a modo de ultima ratio, les hace sentir su guevariano desdén a fin de meterlos en cintura cada vez que, de la mano de la vanidad y el remordimiento, les da por salirse del tiesto de la estupefaciente UNEAC o de la boqueante AECC, red de captación de desertores intelectuales vacilantes de aquélla en el exilio.
(Más sobre el oro Cintio, el de las confesiones a esposa y almohada. Blog El Abicú Liberal, octubre 2009)
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