En 1959, por esa facultad trepadora ya ejercitada en Carteles, se hizo director del primer suplemento literario aparecido con posterioridad al triunfo de la Revolución, su famoso “Lunes”. Era lógico que muchos intelectuales, deseosos de incorporarse al quehacer revolucionario se acercaran a las páginas de esa publicación y era igualmente esperable que ésta despertara interés en el pueblo, ya que el suplemento iba de contrabando en el principal periódico de la Revolución en aquel momento. Sin embargo, pronto se vio y cada semana más claramente, que a Lunes no le quedaba de la Revolución más que las “R” que Cabrera colocaba en cada página, significativamente al revés. Lejos de ayudar al desarrollo de la cultura y el arte en nuestro pueblo, Cabrera se las arregló para crear una capilla de devotos a su persona, rodeados de una cortina de intrigas, ligerezas y maledicencias, que se identificabana entre sí, más que por sus supuestas virtudes literarias, por su conocida extravagancia. Cabrera hacía el magazine para él, no para el pueblo. Aunque en algunos números se publicaron artículos o poemas de gente no adscripta a la piña, en la generalidad de los casos ésta predominaba y aun dentro de ésta, el grado de incondicionalidad hacia el antiguo crítico de películas era determinante. Cabrera, en razón del semanario que dominaba, le hizo daño a la Revolución, engañándola, tratando de meter en nuestra cultura, primero que nadie —hay que reconocérselo— el liberalismo, la tontería, la superficialidad y el individualismo. Furiosamente sectario con su grupo, rechazaba con igual fuerza a un escritor de militancia antimperialista que a un poeta católico de “Orígenes”. Aunque “Lunes” a veces reviviera, en virtud del aliento vitalizador que alguien, a pesar y en contra de su director, lograra impartirle, el semanario desapareció dejando tras sí el agrio sabor de una frustración. Sin embargo, ya había servido para que se hicieran de “un nombre”, utilizando los recursos y la buena fe de la Revolución, gentes como Calvert Casey, Fausto Masó, el propio Cabrera y otros caínes por el estilo, sin otros méritos que los que ellos mismos se atribuían entre sí.
(Las respuestas de Caín. Verde Olivo, noviembre 1968)
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