Guardo un borroso recuerdo de la conferencia, yo apenas era un adolescente de 17 años. La aguda expositora estaba al cumplir en esos días de abril los 41. Releo para verificar —vivificar— el recuerdo. En efecto, no hay una sola mención en el texto a lo que se llama —y quizás aún existía— la "revolución cubana". Ni siquiera una alusión. Parece que tanto Cintio Vitier como Fina García Marruz, en ese entonces no mostraban aún su fanático apoyo al Gobierno, aunque buscaban algo en los hermanos Castro —ya declarados, aunque no realmente, marxistas-leninistas, ateos confesos— que tributara al romántico ideal martiano. Buscaban…
"No se pierda de vista —decía Fina— que en Martí todo se tiñe de este fiero eticismo". ¿De qué se han teñido los políticos adictos al castrismo en las últimas cinco décadas? ¿Cuál tinte usan ahora, en 2013, los intelectuales cubanos que se muestran conformes con la perpetuación en el poder de una banda de políticos no solo ineptos, sino carentes de los más elementales escrúpulos?
Pero la brillantez del análisis que entonces hizo Fina de los versos de Martí mantiene casi todo su esplendor, en la inteligente línea que aprendiera en los autores de la Escuela de Ginebra, sobre todo en Albert Béguin. Basta observar el modo en que rebate algunos juicios sobre la españolidad de su obra y algunos errores apreciativos, sobre todo, de los Versos sencillos. Basta con reflexionar cómo realiza el enlace entre el estudio estilístico y las referencias biográficas; y cuando demuestra que se tratan de "décimas truncas", para considerarlos lo más intenso de su poesía… El ensayo, sencillamente, se mantiene entre lo mejor de la crítica literaria hispanoamericana del pasado siglo.
Lo que crea una penosa, atroz paradoja, cuando repasamos las ideas políticas que ella abrazaría —otra creencia— poco después. Porque resulta difícil suponer que un fuerte talento literario pueda a la vez sucumbir, no dar pie, ante un rudimentario bloque político, para colmo totalitario. Porque citar otros casos de filotiranismo en las principales lenguas occidentales, no le resta asombro a la paradoja.
¿Es la misma autora que años después se convertiría, hasta hoy, en una fanática de Fidel Castro, aún tras la humillación en 1971, cuando ella y Cintio Vitier fueron expulsados de la Sala Martí de la Biblioteca Nacional, por considerarlos —en plena sovietización— diversionistas ideológicos, enemigos de la visión materialista dialéctica del pensamiento cubano, de "ese sol del mundo moral" y de la historia del país?
Ah, el "fiero eticismo" ha desaparecido, como aquel personaje de Proust, como "crear riqueza con la conciencia" y aquellos eslóganes de politiquería barata en los que se envolvieron para mantener el poder.
(¿Fiero eticismo?, Diario de Cuba, enero 2013)
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