Pero no fue hasta ser recientemente asaeteados por Enrico Mario Santí, que hemos decidido decir “basta”, sin importarnos cuanto nos cueste. Más que nada, al comprobar la impunidad que sienten individuos como él, dedicados a perpetuar una ensoñación aberrada, asumiendo roles (que como toda interpretación, resulta actuación) en un drama que, atemperado por nuestro carácter nacional, tiene mucho de sainete.
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Una amiga escritora me aconsejó que en caso de contestarle a Enrico Mario Santí, concibiera una respuesta de “altura”. Pero después de acusárseme de agente de la Seguridad del Estado cubana, o cuando menos, de escritor al servicio de esta, y más aún, viniendo esto de un Santí, santo pontífice de la literatura cubana, debo por ende entonces asumir que soy yo un demonio. Y como demonio al fin, reclamo la parte que me corresponde, y no pueden exigírseme valores éticos que me han sido negados de antemano.
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Decir de las ventajas de Elizabeth Mirabal y mías a la hora de investigar en Cuba, por encima de las de Enrico Mario Santí en Estados Unidos, es cosa de risa. Ninguna de las hemerotecas cubanas que revisamos durante la tesis, entiéndase Instituto de Literatura y Lingüística y Biblioteca Nacional, contaba con la colección completa de las publicaciones que nos interesaban. No solo investigar en Cuba resulta arduo, por la carencia bibliográfica, por la limitada conectividad a internet, hay que preocuparse igualmente, o más, de qué manera llegas a la biblioteca, esperar que ese día haya electricidad y permanezca abierta. Un tránsito por el Purgatorio, y todo, para que al final ni siquiera tengamos la certeza de alcanzar el Paraíso, porque donde menos se le espera, aparece un Santí, envestido de legionario celestial portando su espada justiciera.
(Viejo jardín de las Delicias o Un tema para El Greco, Cubaencuentro, marzo 2012)
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